La economía de EEUU se está desacelerando, la creación de empleo se ha reducido de forma significativa y el desempleo comienza a subir. Trump parece haber encontrado una solución a la adversa realidad: matar al mensajero.

“El que salva a su patria no viola a ninguna ley” afirmó Trump en su discurso de investidura, siguiendo una supuesta máxima de Napoleón Bonaparte.  Toda una declaración de intenciones sobre separación de poderes y sobre la validez máxima del imperio de la ley.  En las próximas semanas, observaremos si los sucesivos asaltos de la Administración a la independencia de las instituciones confirman esta deriva autoritaria.  Como ejemplo, la Administración ha atacado a la independencia de la Reserva Federal con el “despido” de su gobernadora, Lisa Cook, basado en acusaciones infundadas y declarado por el momento ilegal. Asimismo, ha usurpado competencias del Congreso, al haberse atribuido la facultad de establecer aranceles, medida que hasta ahora ha sido considerada ilegal por dos instancias judiciales.  Las decisiones finales serán adoptadas en breve por el Tribunal Supremo.  De estos dictámenes dependen factores de gran relevancia, que afectan tanto al futuro del dólar como divisa de reserva como al crecimiento potencial de EEUU.

Mientras, los datos económicos vienen a confirmar una realidad incómoda: la economía se está desacelerando, la creación de empleo se ha reducido de forma significativa y el desempleo comienza a subir.  Trump parece haber encontrado una solución a la adversa realidad: matar al mensajero.

En julio, el Bureau of Labor Statistics (BLS, oficina federal con 2.000 empleados encargada de generar el informe mensual de empleo Payrolls, así como las estadísticas de inflación mensuales, una mezcla entre nuestro SEPE y nuestro INE), informó de que la formación de empleo se había frenado y revisó a la baja el nivel de los meses anteriores.  De esta revisión se desprendía que EEUU estaba creando apenas la mitad de puestos de trabajo que el año anterior, bajo la anterior Administración presidencial.

La reacción del presidente fue fulminante: despedir a la máxima dirigente del BLS, Erika McEntarfer, acusándola sin presentar pruebas de manipular los datos y de haber permitido que su departamento sea presa de la “ideología”.  Trump alegó en redes sociales que no podía ser que se frenase la creación de empleo si bajo su mandato la economía estaba booming (sic).  En realidad, bajo su mandato la economía crece a la mitad que el año anterior (1,4% el primer semestre frente a 2,8% el año anterior), habiendo aumentado el riesgo de recesión técnica.

El BLS ha realizado históricamente reclasificaciones de las cifras una vez se dispone de más información, y existe abundante evidencia de que estos ajustes no responden a ideologías, sino a la capacidad, más o menos capilar, de recopilación de datos.  De hecho, el presupuesto del BLS ha sido cercenado durante los últimos años, la última vez, en el presupuesto aprobado bajo la Administración Trump.  Además, desde la pandemia se ha reducido el porcentaje de empresas que responden a las estadísticas de empleo en las que se basan los informes mensuales. Esta tendencia se ha acelerado recientemente con la expulsión masiva de inmigrantes ilegales, ya que en varios sectores económicos como la agricultura o la hostelería es muy frecuente la contratación de trabajadores en situación irregular.  No es de extrañar, por lo tanto, que se produzcan revisiones.

Para reemplazar a su dirigente, Trump nombró a EJ Antoni, economista de la fundación ultraconservadora Heritage Foundation, en la que se gestó el “proyecto 2025” para controlar las instituciones del Estado.  Muchos economistas han denunciado públicamente la falta de preparación de Antoni para dirigir esta agencia, así como su marcada adscripción partidista, circunstancia que debería ser incompatible con liderar una institución que nutre al mundo de estadísticas clave para evaluar, por ejemplo, la rentabilidad de los bonos ligados a la inflación.

A pesar del despido de McEntarfer —presentada por la Administración como una “peligrosa ideóloga”, aunque en realidad es una funcionaria estadística al servicio de su país — el último informe de empleo mostró que en agosto EEUU tan solo creó 22.000 puestos de trabajo, muy por debajo de los 75.000 esperados y del umbral en el que el desempleo permanece estable.  Además, las cifras de meses anteriores fueron nuevamente revisadas a la baja.  Para el secretario de comercio, Lutnick, exCEO del banco Cantor Fitzgerald, estos datos no son significativos, ya que “una vez se realicen los cambios pertinentes en el BLS, mejorarán”. Toda una declaración.

Despedir al mensajero no es una técnica nueva.  Argentina la aplicó en 2007 bajo la presidencia de Néstor Kirchner, cuando destituyó al responsable de estadística, Bevacqua, tras publicar datos de inflación considerados incómodos.  La inflación se situaba en el 25%, pero el nuevo responsable informó de un nivel del 8%.  Todos conocemos el desastre que siguió (hace poco la inflación estaba en el 289%).  Grecia también persiguió a su máximo responsable de estadística, Andreas Giorgiu, cuando reveló los desmanes que los dirigentes habían hecho con el déficit público, desmanes de los que derivó la intervención del país en 2010.   Se disparó al mensajero, no se buscó atajar las causas: déficit público descontrolado en ambos casos.  En Turquía, en China y, lamentablemente, en nuestro país, también hemos presenciado situaciones parcialmente parecidas.

Como afirmaba el columnista del Financial Times, Tim Harford, el pasado 14 de agosto, quizás el verdadero significado de MAGA sea “Make America Greece Again”.  Todo ello, dicho con el debido respeto a Grecia, cuyos bonos hoy en día cotizan a menor nivel de riesgo que los de los EEUU.

Dañar a las instituciones que elaboran nuestros datos nos degrada y nos empobrece a medio plazo.  Los datos son el reflejo de nuestra realidad.