Los indicadores de incertidumbre geopolítica alcanzan niveles alarmantes, en contraste con la sorprendente calma que reflejan los mercados financieros.
El conocido académico Graham Allison escribió recientemente en Foreign Affairs que “los últimos ochenta años han sido el periodo más largo desde el Imperio romano sin una guerra entre las grandes potencias”. Graham Allison se hizo muy famoso elaborando su teoría de la “trampa de Tucídides”. El gran historiador griego escribió en el siglo V a. de C. que, cuando una potencia dominante ve su estatus amenazado por el ascenso de una potencia emergente, ambas acaban enfrentándose, explicando así el origen de las guerras del Peloponeso que tan bien describió cuando la hegemónica y oligárquica Esparta se sintió amenazada por la ascendente y democrática Atenas. La contienda la ganó Esparta, en parte, gracias a la democracia, ya que los atenienses votaron libremente en una asamblea la desastrosa expedición a Sicilia del 414, clave para entender el desenlace a favor de los espartanos y de sus aliados. Para Allison, de las dieciséis ocasiones en las que se ha repetido una situación parecida entre potencia hegemónica y ascendente, en doce de ellas la rivalidad suele acabar en enfrentamiento bélico. Por eso avisa del riesgo de que antes o después se genere un conflicto entre China y los EEUU.
En 1909, Norman Angell publicó el libro La gran ilusión, en el que afirmaba que la extensión del comercio entre grandes potencias a límites insospechados hasta la fecha hacía que la guerra careciera de sentido, y de ahí dedujo que el propio interés de esas potencias iba en contra del conflicto. Muchos financieros siguieron esta lógica, y los precios de muchos activos, en especial el de los bonos soberanos europeos, alcanzaron niveles muy elevados en 1914. Sin embargo, ese verano el archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador de Austria, había sido asesinado en Sarajevo a manos de un ciudadano serbio con el posible apoyo de los servicios de inteligencia de ese país. Austria lanzó un ultimátum a Serbia. Rusia apoyó a Serbia, con la que compartía la religión ortodoxa y el uso del alfabeto cirílico, y advirtió a Austria de que, si invadía Serbia, respondería invadiendo Austria. El imperio alemán apoyó al imperio austrohúngaro, fiel al sistema de alianzas tejido por Bismarck, y advirtió a Rusia de que cualquier ataque contra Austria tendría como consecuencia una declaración de guerra de Alemania. Francia, por su tratado de alianza con Rusia, comunicó a Alemania que, si esta atacaba a Rusia, Francia intervendría declarando la guerra a Alemania. Finalmente, el Reino Unido informó a Alemania de que cualquier ataque a Francia a través de la neutral Bélgica, que contaba con garantía de seguridad británica, provocaría la entrada británica en la guerra contra Alemania.
Así estábamos en julio de 1914 y sin embargo el mercado financiero no se enteraba de la realidad geopolítica. Los bonos rusos, prusianos, austriacos o franceses cotizaban a diferenciales mínimos frente a los “libres de riesgo”, que por aquel entonces eran los británicos. Muchos de estos activos perdieron gran parte de su valor durante la Primera Guerra Mundial, a medida que los países suspendieron el patrón oro para poder imprimir dinero y financiar así los gastos bélicos, algo que provocó la consiguiente inflación y la depreciación de los bonos.
A pesar de que hemos vivido unas décadas sin conflictos aparentes entre las grandes potencias, la realidad es que los indicadores de incertidumbre geopolítica se sitúan en niveles alarmantes, algo que contrasta por completo con la actitud de los mercados financieros. Muchas guerras no surgen de la razón, sino de la sinrazón, y esa es la “razón” por la que muchas veces el sistema financiero es incapaz de predecirlas. Si analizamos tres focos de máxima tensión geopolítica podemos observar esta dicotomía:
Ucrania fue invadida porque Putin considera que el origen de Rusia se gestó en el Principado de Kiev hacia el siglo IX y su vocación es unificar ambos pueblos. En realidad, ese principado fue fundado por vikingos varegos (no rusos, pero llamados “rus”), pero eso se olvida convenientemente. Además, Rusia había otorgado garantía de seguridad a Ucrania en el tratado de Budapest cuando Ucrania le entregó su arsenal nuclear. Pero también se olvida. Por eso muy pocos financieros fuimos capaces de predecir la invasión de Ucrania.
La guerra híbrida que Rusia está planteando a Europa es una realidad, y se está intensificando, amenazando infraestructuras críticas, elecciones libres, espacios aéreos o sistemas cibernéticos clave. En opinión del análisis geopolítico de Arcano Research esta guerra híbrida se va a intensificar en 2026.
Taiwán concentra la inmensa mayoría de la fabricación de chips de alta calidad (menos de 10 nanómetros), fundamental para alimentar, entre otros, a la IA. Una invasión de Taiwán sería totalmente contraproducente para la economía china por muchos motivos. Con todo, la “reunificación” es un objetivo histórico del Partido Comunista antes del centenario de su llegada al poder (1949). Es necesario recordar que la última dinastía “china”, la Qing, en realidad era extranjera, manchú, y que cuando conquistó China en el siglo XVII a la dinastía china Ming (que a su vez había tomado el poder en el siglo XIV a otra dinastía extranjera, la mongola Yuan), el último reducto de resistencia se concentró precisamente en la isla de Taiwán.
Aunque se multipliquen las voces que animan a no leer libros, afirmemos lo contrario: leamos libros para entender la historia, y así ayudar a que no se repita.