Por primera vez, las exportaciones de servicios no turísticos en España han superado a las de servicios turísticos.
Sócrates afirmó que el conocimiento comienza en el asombro. Me quedé ciertamente asombrado al conocer que, por primera vez en la historia económica reciente de nuestro país, las exportaciones de servicios no turísticos habían superado a las de servicios turísticos.
España desarrolló su potencial turístico en la década de los sesenta, algo que cimentó que este sector llegara a contribuir hasta casi un 13% de PIB, del que la mitad viene representada por turismo nacional, y la otra mitad por visitas de turistas extranjeros, visitas que permitieron a España exportar un 6% del PIB en servicios turísticos. A su vez, el país exportó un 7% en exportaciones de servicios no turísticos, un hito en toda regla, ya que supera a las exportaciones de turismo. Dentro de la categoría de servicios no turísticos, España exporta fundamentalmente servicios informáticos, consultoría, servicios financieros o ingeniería. En agregado, España exporta en conjunto servicios equivalentes a un 13% de PIB, a lo que hay que sumar otro 26% de PIB en forma de bienes.
Globalmente, la evolución del comercio internacional muestra desde hace unos años un hecho cierto: crece más la exportación de servicios que la de bienes. Así, en la última década las primeras han subido un 60% hasta alcanzar los ocho billones (españoles) de dólares, equivalente a un 7,4% del PIB mundial. La exportación de bienes, aunque superior en valor (veintitrés billones) ha experimentado un crecimiento cercano a cero en porcentaje de PIB durante los últimos diez años. De estas cifras se deduce que España es un caso de éxito, ya que exportamos en servicios casi el doble, en porcentaje de PIB, que el conjunto de la economía mundial.
La exportación de servicios no turísticos es muy estratégica para un país, ya que presenta menor elasticidad que la de bienes o la de servicios turísticos. Esto quiere decir que, por ejemplo, ante subidas del tipo de cambio, un producto elástico es sustituido por otro de un país cuyo tipo de cambio se haya depreciado en términos relativos. Así, por ejemplo, una devaluación del dinar de Túnez podría inducir el que un turista norteamericano acuda a las playas de este país en vez de viajar a las de Canarias. Algo parecido puede ocurrir con segmentos importantes de la exportación de bienes. Sin embargo, los servicios no turísticos suelen presentar elasticidades bajas, es decir, que fluctúan menos ante movimientos del tipo de cambio. Por ejemplo, si una firma española de ingeniería diseña una central energética en un país como Noruega, el que el euro se aprecie por ejemplo frente a la lira turca no provocará directamente que el cliente noruego reemplace su firma española de ingeniería por una firma turca.
España obtiene unos 95.000 millones de euros cada año exportando servicios no turísticos. Solo con este concepto, puede hacer frente a la importación neta de energía, concepto en el que nos gastamos unos 65.000 millones de euros al año. En conjunto, las exportaciones totales españolas, que representan como hemos visto un 39% de PIB, nos permiten acumular un superávit de cuenta corriente, superávit que se acerca al 3% (el que España entrara en superávit de cuenta corriente en 2013 por primera vez en varias décadas también supuso otro hecho histórico), y que contribuye a que el país siga reduciendo su posición deudora internacional (diferencia entre cuánto debemos a extranjeros frente a cuánto nos deben los extranjeros a los españoles), posición que llegó a alcanzar peligrosos niveles cercanos al 98% y que, a fecha de hoy, se acerca al 50%. Este aspecto confiere al país estabilidad financiera, factor que, entre otros, se traduce en el hecho de que la prima de riesgo actual de España sea significativamente inferior a la de hace una década.
El que España se haya convertido en una gran potencia exportadora, tanto en bienes como en servicios, está relacionado con su competitividad, entendida fundamentalmente como el binomio entre costes laborales y productividad. Con todo, sería deseable que aumentara la productividad, con el objetivo de que también lo hicieran los salarios. Ese proceso conlleva necesariamente políticas que permitan ganar tamaño a las empresas.
Oscar Wilde afirmó “un pesimista se queja del ruido que genera la oportunidad”. Aprovechemos el hito histórico comentado en esta columna para que vertebre la muy necesaria mejora de productividad que necesita nuestra economía.