Tras más de una década de expansión de las redes sociales, distintos estudios apuntan a una sociedad menos sociable y más polarizada.
Montaigne afirmaba que el mayor enemigo de la verdad no es la mentira, sino la ilusión de saber la verdad. Tras más de diez años de eclosión de las redes sociales creo que corresponde abrir un debate sobre el impacto que están teniendo en nuestras, cada vez menos, sociales sociedades.
Hace año y medio escribí una columna en Expansión titulada Impacto de las redes sociales en la salud mental de los adolescentes. En ella, me hacía eco de las investigaciones de Jonathan Haidt, profesor de la NYU Stern, que relacionaba el uso de las redes sociales con una menor socialización física, lo que se traducía en mayores niveles de ansiedad, depresión y suicidio, sobre todo entre mujeres adolescentes. Como seres humanos, estamos programados para la interacción física, y el abuso de las redes sociales, según Haidt, nos está volviendo menos sociables, de lo que se derivan los trastornos psicológicos señalados.
Las consecuencias en otros ámbitos sociales son también muy relevantes. El semanario The Economist exponía hace unas semanas cómo afrontamos una “recesión sexual”, mostrando estudios sobre una intensa caída (50%) en las relaciones sexuales de jóvenes universitarios estadounidenses durante los últimos veinte años, tendencia que se prolongaba al segmento de población de entre 25 y 35 años con formación universitaria. Uno de los factores aducidos era el incremento del tiempo dedicado a las pantallas, en especial el teléfono móvil y las redes sociales, que puede suponer ya una media de unas dos horas y veinte minutos diarios según Smart Insights, dato casi coincidente con el de Twin Strata. Afortunadamente, parece que el uso diario alcanzó máximos hace dos años y estamos ahora experimentando ligeras caídas.
En el ámbito político, se ha escrito profusamente sobre cómo la política es un reflejo de la forma que tenemos de comunicarnos. La lectura de medios de comunicación tradicionales está ligada a visiones políticas más moderadas, ya que, incluso cuando se consume un medio afín a la propia ideología, las múltiples columnas o editoriales ofrecen puntos de vista que contrastan con nuestras ideas preconcebidas, lo que favorece posiciones más centradas. Como señalaba Manuel Conthe hace unos días en este periódico, esa mayoría social concentrada en la moderación política se ha ido volviendo extremista a medida que cambiamos nuestra forma de comunicarnos, señalando la introducción de la televisión por cable como ejemplo y el fenómeno FOX News en EEUU. Datos más recientes de John Burns Murdoch del Financial Times muestran cómo la comunicación vía redes sociales nos hace aún más extremistas que la televisión por cable, debido a que el algoritmo detecta cómo pensamos y solo nos envía hilos de comunicación que refuerzan nuestra tesis previa, lo que conlleva más polarización, y de esos polvos, vienen estos lodos políticos. Este mismo autor citaba al profesor Brian Klaas, para el cual la irrupción de la imprenta, los periódicos, la radio y la televisión mantuvieron una característica común: ampliaban la audiencia a la que hacer llegar la información, pero esta seguía siendo producida por un grupo relativamente pequeño y homogéneo. Las redes sociales, en contraste, han cambiado las reglas de juego, factor del que se alimenta el populismo.
En este contexto, el consumo de información online, a menudo filtrada convenientemente por los algoritmos de las redes sociales, no responde a criterios de objetividad en los que los seres humanos busquemos racionalmente la verdad. Análisis relevantes como Negativity drives online news consumption (Nature Human Behaviour, 2023) muestran que mantenemos un importante sesgo cognitivo hacia la negatividad: son las informaciones con carga negativa las que captan nuestra atención y las que más consumimos. Como resultado, terminamos generando una realidad paralela no coincidente con la verdadera y basada en dicho sesgo cognitivo, afianzando la maldición de Montaigne que encabeza este artículo.
Por último, la combinación de la IA con la información ha disparado la proliferación de noticias falsas a través de las redes sociales, en parte en connivencia con “potencias” extranjeras, con el objetivo de movilizar al electorado en asuntos muy relevantes, como la falsa inseguridad de la energía nuclear. El diario alemán Süddeutsche Zeitung llevó a cabo una investigación resaltada en un paper de la NBER (1). Los lectores, expuestos tanto a noticias e imágenes falsas generadas por IA como a contenidos reales, acababan confiando menos en las noticias. Sin embargo, esa exposición aumentó su propensión a consumir información procedente de medios tradicionales, que les inspiraban mayor confianza a la hora de buscar la verdad.
André Malraux escribió que “el hombre no es lo que cree ser, es lo que oculta”. Es hora de debatir como sociedad si para volver a ser sociales tenemos que afrontar las ocultas implicaciones de las redes “sociales”.
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(1) “GENAI MISINFORMATION, TRUST, AND NEWS CONSUMPTION: EVIDENCE FROM A FIELD EXPERIMENT”, NBER, Agosto 2025.