Estos últimos años se anunciaron medidas destinadas a «corregir las desigualdades». Ya que la política en el fondo no debería ser sino un continuo ejercicio de rendición de cuentas, analicemos qué ha ocurrido al respecto.
Decía Henry Ford que la mayoría de la gente gastaba más energía en hablar de los problemas que en afrontarlos. En la segunda mitad de 2018, el nuevo Gobierno español se estrenó con una intensa retórica sobre una acción política destinada a «corregir las desigualdades», consigna que no solo esgrimieron los perfiles más políticos, sino también los entonces más técnicos. A este respecto, estos últimos años se anunciaron medidas «correctoras» como un aumento de IRPF a «las rentas altas», o impuestos «solidarios» a los que más poseen; también a ciertos sectores como el bancario o el energético, así como partidas de gasto social, peor o mejor ejecutadas. Aunque es cierto que hemos vivido una pandemia, también lo es que el PIB actual ya supera al anterior al covid. Como ha pasado ya un número considerable de años, creo que conviene analizar qué ha ocurrido al respecto, ya que la política en el fondo no debería ser sino un continuo ejercicio de rendición de cuentas. Como año base utilizo 2019, ya que el Gobierno se formó a mediados de 2018 y las acciones políticas no son inminentes.
Existen tres formas de analizar la desigualdad: de riqueza, de ingresos y geográfica. Analicemos cada una.
La desigualdad de riqueza se puede medir de varias formas, una muy empleada consiste en analizar qué porcentaje de riqueza posee el 10% más rico, frente al que posee el 50% más pobre (medición llamada P10/50). Pues bien, en España en 2019 el P10 poseía un 57,5% de la riqueza; y el P50, el 6,7% (fuente, World Inequality Lab). Los datos más recientes disponibles son de 2021, que muestran que el P10 poseía el 57,6%; y el P50, el 6,7%. En otras palabras: la desigualdad de riqueza no ha mejorado. También se mide con el coeficiente de Gini, llamado así por el economista italiano Conrado Gini. Un 1 supone que una persona posee todos los bienes de un país, y el resto, nada. Un 0, la igualdad absoluta. Siguiendo los datos del Banco Mundial, España se situaba en 2019 en 0,34, y los datos más recientes (2020), en 0,35, en línea con los indicadores apuntados en P10/50. La desigualdad de riqueza se mantiene prácticamente igual.
La desigualdad de ingresos también se puede medir con el coeficiente de Gini. Un 1 supondría que una persona gana el 100% de las rentas de un país (netas de impuestos y de transferencias sociales), y el resto, nada. Un 0 supone la igualdad total de ingresos netos. Los países occidentales suelen moverse entre el 0,25 (sobre todo los nórdicos), y el 0,4 (EEUU), con la zona euro cerca del 0,3. A modo de curiosidad, un país comunista, China, presenta un nivel de desigualdad superior al de los EEUU (0,47 el más reciente, ya que el país ha dejado de informar de este dato). Pues bien, el indicador de España en 2019 se situaba en 0,33, y el último disponible, en 0,32, según datos de Eurostat. En otras palabras: se ha producido una ligera caída, pero principalmente por la reducción del nivel de desempleo. La lucha contra el paro es la mejor receta para atajar la desigualdad, y más de cuatro quintas partes de la creación de empleo corresponden al sector privado, no al público. De hecho, la última vez que España logro estos niveles de Gini fue antes de la Gran Recesión, cuando el desempleo se situaba en el 8%.
La desigualdad geográfica intenta capturar si la prosperidad se comparte homogéneamente a lo largo de un país, o bien se concentra en territorios concretos. Desde 1980 se ha producido un fenómeno llamado «metropolización», por el que el crecimiento, hasta entonces algo simétrico entre ciudades, se volvió asimétrico, favoreciendo a la gran metrópoli por los efectos de red (profesiones altamente cualificadas se retroalimentan en las grandes ciudades, dejando atrás a las ciudades medianas, lo que a su vez empeora aún más la situación de las zonas rurales). Como hemos escrito, es un fenómeno muy ligado a la Cuarta Revolución Industrial. Aunque es difícil de medir, la realidad es que, en España, al igual que en otros países occidentales, el crecimiento económico sigue siendo totalmente asimétrico, beneficiando sobre todo a Madrid, y en menor medida a Barcelona, Valencia o Málaga, con el resto del país quedándose atrás. La desigualdad geográfica no mejora, y no se corrige con medidas como llevar una sede de inteligencia artificial a una ciudad mediana.
Sería además interesante considerar la desigualdad intergeneracional, que se explica por los mayores niveles de renta y de bienes que acumula la generación más crecida frente a la más joven. La situación se ha ido agravando desde hace tiempo, con tres tipos de ciudadanos: los pensionistas con ingresos ligados a la inflación, los trabajadores de edad mediana con contrato fijo y que pudieron acceder a una vivienda, y los jóvenes con contratos temporales que apenas cuentan con activos, ni financieros, ni inmobiliarios. La desigualdad intergeneracional aumenta, no se reduce. El ascensor social está averiado.
Expuesta mi opinión, alguna consideración. Primera, muchas «medidas» anunciadas «para combatir la desigualdad» en realidad son brindis al sol. El impuesto sobre rentas altas apenas recaudó 300 millones de euros, frente a un gasto público total cercano a 638.000 millones de euros y un déficit en 2022 de unos 60.000 millones. Los impuestos de «solidaridad» también generarán ingresos inconsecuentes con nuestro agujero fiscal. Medidas como el «bono joven» son también cosméticas, y no sirven para luchar contra el problema de la desigualdad intergeneracional; la Ley de Vivienda dificultará aún más el acceso de los jóvenes a comprar una casa al reducir la oferta. Segunda, la desigualdad es mayor en los EEUU que en Cuba, pero los cubanos emigran hacia los EEUU, no al revés; el motivo es que la renta per cápita (sueldo medio de 48.000 dólares en EEUU) importa más que su desigualdad. Tercera, la mejor receta frente a la desigualdad es maximizar el crecimiento económico, fomentar la calidad de la educación y formar activamente a desempleados para que se adecúen a la oferta laboral.
El estadístico inglés Adam Smith propuso en el Reino Unido promover «políticas basadas en la evidencia» para lo que desarrolló una rica base de datos. Si queremos mejorar España convendría seguir este ejemplo: analicemos datos, no brindemos al sol.