Para que la vuelta mayoritaria a las oficinas se manifieste será crucial hacerlas atractivas 

Hace años, estudiando en INSEAD, un profesor nos contó que había analizado estadísticas de despidos y las había correlacionado con solo un factor: si los empleados fumaban o no.  Su análisis arrojaba una interesante conclusión: si fumabas tu riesgo de ser despedido era más bajo.  El motivo radicaba en que los fumadores tejen relaciones con otros empleados y directivos, y esas relaciones les protegían en épocas de despidos.

La pandemia supuso un gigantesco experimento sobre el teletrabajo.  Aunque este se practicaba de una forma minoritaria, la tecnología permitió que las empresas siguieran funcionando.  Poco a poco, el teletrabajo ha ido remitiendo, hasta el punto de que una empresa icónica en teletrabajo como Zoom ha pedido a sus empleados que vuelvan parcialmente a la oficina.  Aunque otras muchas empresas habían dado este paso hace tiempo (Goldman Sachs, por ejemplo, a cinco días a la semana) el debate al respecto entre directivos y empleados se ha intensificado.  Unos quieren que los empleados vuelvan rápidamente y al máximo, y los segundos, en general, y sobre todo en EEUU, han defendido lo contrario.  

Para intentar aunar ambas visiones es importante reflexionar sobre cómo hacer que las oficinas sean atractivas.  La popularización de los “espacios abiertos” desde los años 80 se afianzó principalmente sobre dos premisas.  La primera era que al eliminar despachos se podía meter más gente en el mismo espacio lo que supondría un ahorro de coste.  La segunda es que la interacción entre empleados (y por lo tanto, la productividad) aumentaría ante la ausencia de paredes.  

La primera premisa se cumplió, pero a costa de una menor productividad.  La investigación académica muestra cómo en un espacio abierto las distracciones visuales y acústicas se disparan, y el cerebro tarda más de 40 segundos en volver a concentrarse, lo que genera un coste económico.  No es de extrañar los lamentables incrementos de productividad observados las últimas décadas (aunque la relación no tiene por qué ser causal).  Como hoy en día por cada euro que se gasta en oficinas se gastan unos 19 en personal, si ahorro en el primer euro a costa de generar una menor productividad en los otros 19, habré hecho un pan con unas tortas.  La premisa se cuestiona.  En un despacho se minimizan las distracciones y eso es clave para cimentar una mayor productividad.

La segunda premisa es falsa.  Investigadores de Harvard han analizado el comportamiento de empleados que pasan de despachos a zonas abiertas, siguiendo sus interacciones a través de infrarrojos.  El resultado es que en espacios abiertos las interacciones bajan más de un 70%.  El motivo puede ser que la pérdida de privacidad que genera un espacio abierto provoca en los empleados un deseo de intimidad, deseo que se manifiesta en la utilización intensa de auriculares y en una menor interacción con los demás.  Dado que las interacciones y la proximidad son factores muy ligados con la productividad y con la creatividad, no es de extrañar tampoco que el crecimiento de la productividad haya sido tan decepcionante.

Es posible que muchos empleados que han probado el teletrabajo hayan intentado buscar rincones en sus casas en los que se puedan concentrar, rincones aislados acústicamente y sin exposición a las distracciones visuales.  Se distraen menos, pero la falta de contacto con otros compañeros no compensa la mayor concentración, de lo que resulta una menor productividad al trabajar en casa frente a trabajar en la oficina.  Pero los empleados parecen estar más a gusto.  Para atraerlos de vuelta una idea podría ser el considerar la vuelta a los despachos, despachos que les devuelvan la intimidad, la capacidad de concentración y la mayor interacción (y productividad) que paradójicamente podrían impulsar.

El ser humano es social por naturaleza.  Existen muchos factores por los que esa naturaleza nos impulsará a revertir mayoritariamente a las oficinas.  Entre otros, se facilita el aprendizaje, se crea una cultura de firma y se fomenta mejor la creatividad.  La investigación académica ha mostrado además que los empleados que trabajan en oficinas consiguen más promociones, mejores incrementos salariales y son despedidos en menor medida que los que teletrabajan, lo que nos lleva de nuevo a la paradoja de los fumadores.  Pero para que esta vuelta mayoritaria las oficinas se manifieste será crucial hacerlas atractivas.  Hoy en día muchas oficinas se diseñan con 6-8 metros cuadrados por empleado (concepto denominado “densidad”).  La densidad en 2007 se acercaba a 15 metros, y en los 90 llegaba a 25.  Apiñar empleados con cada vez menos espacio no es productivo, ni coherente con el deseo de que las oficinas sean un lugar atractivo para lograr la deseable vuelta mayoritaria de los trabajadores.

Póngales despachos.