A largo plazo, la inestabilidad política puede devenir en parálisis y bajo crecimiento. Sin embargo, conviene reflexionar sobre la coyuntura económica y su buen hacer frente a la volatilidad política
El año en que el ministro del Gobierno del PSOE Solbes no pudo aprobar sus Presupuestos y tuvo que prorrogar los anteriores (1995), se consiguió un gran resultado de consolidación fiscal. El año en que España tuvo un Gobierno en funciones (2016), el PIB creció un 3,3%, una décima menos que cuando había Gobierno un año antes. A su vez, la economía catalana ha desafiado todos los apocalípticos pronósticos que apuntaban a una recesión tras el ‘procés’. A fecha de hoy, crece al 2,7%, un ritmo marginalmente superior al crecimiento de la economía del resto de la nación, y superior a los crecimientos de la mayoría de las economías occidentales. Por último, el cambio de Gobierno que resultó de la moción de censura la pasada primavera también vino acompañado de todo tipo de predicciones catastrofistas sobre la economía. La realidad es que el PIB español, que venía creciendo al 0,6% intertrimestral durante los últimos trimestres, ha pasado a crecer un 0,7% el cuarto trimestre, crecimiento que, todo apunta, repetirá el primer semestre de 2019.
No voy a negar que a largo plazo la inestabilidad política puede devenir en parálisis y bajo crecimiento, qué mejor exponente que Italia. Esto lo analizo más abajo. Sin embargo, conviene reflexionar sobre la coyuntura económica y su buen hacer frente a la volatilidad política.
¿Qué está pasando?
En mi opinión, se sobrevalora la capacidad de la política de hacer daño a la economía, en especial en países que pertenecen a una zona monetaria supranacional. Por otro lado, las decisiones de consumo, exportaciones e inversión, que sostienen el crecimiento económico, se atienen más a fundamentales que a una situación política más o menos pintoresca.
Analicemos estas proposiciones.
A nivel político, es importante recordar que lo que une a los principales partidos es mucho más relevante que lo que los separa. Una famosa consultora estudió los programas electorales de los tres principales partidos políticos españoles a fecha de hoy, concluyendo que en esencia dos terceras partes de los programas eran similares. Obviamente, los partidos recelan de sus semejanzas y tratan de enfatizar más lo que los separa, pero para un observador económico lo que prima es lo que les une. Por otro lado, estos tres partidos hoy acaparan una intención de voto cercana a un 65% del electorado. Convendría analizar qué países de nuestro entorno pueden aducir algo parecido.
Si los argumentos expuestos en el párrafo anterior no fueran suficientes, conviene cavilar sobre el margen de actuación política en una economía de la zona euro. Primero, estamos sometidos al pacto de estabilidad y crecimiento, lo que limita mucho el margen de actuación política vía Presupuestos. Segundo, una economía endeudada (como es la nuestra) es muy vulnerable a la prima de riesgo. Si el poder político aplica el populismo (y como siempre afirmo, el populismo se da en todos los partidos), la prima de riesgo sube, lo que genera la paradoja de que hay que pagar más al acreedor, y eso solo se cuadra gastando menos en las principales partidas de gasto, que son sociales (pensiones, sanidad y educación). En ese momento, el político populista se da cuenta de que el resultado es absurdo, y replantea sus prioridades. Esto explica los giros acaecidos en Grecia y en Italia.
Finalmente, la economía se mueve por fundamentales. España exporta más que China o que Francia en porcentaje de su PIB porque somos extremadamente competitivos, a tenor de nuestros costes laborales por hora trabajada (21 euros) vs. nuestra productividad (40 euros). A su vez, las empresas llevan varios años acometiendo fuertes incrementos de la inversión, algo muy ligado a la creación de empleo; la inversión se realiza cuando se percibe que va a llegar la demanda: por ejemplo, se construyen casas si se piensa que se van a vender, como efectivamente está ocurriendo, y de una forma sana. Por último, el consumidor toma café si se siente seguro en su trabajo, si observa que su vecino ha encontrado trabajo, y finalmente si comienza a experimentar tímidas subidas de sueldo. Pues bien, todo esto ocurre en la economía española, en gran parte mérito de todos nosotros, y por eso la volatilidad política presenta una capacidad limitada para dañar tan saludables fundamentales.
Un gestor amigo me dijo un día que su trabajo más importante era gestionar riesgos, más aún que ganar dinero. Es cierto que la trayectoria de la economía en el corto plazo es saludable. Lo que sí puede hacer la clase política es gestionar los riesgos de medio plazo que indudablemente presentamos, y así hacer un favor a la nación y a sus próximas generaciones. Véanse, entre otros: reforma de pensiones, eficiencia del gasto público, plan de saneamiento de la deuda pública, reforma fiscal, reforma territorial, reforma educativa, reforma judicial y reforma demográfica. Sin embargo, esto requiere que exista una voluntad de pacto, algo difícil a tenor de los argumentos expuestos más arriba. Por eso, corresponde a la sociedad civil alzar su grito exigiendo estos pactos de Estado de interés general tras las próximas elecciones generales.
Se cuenta que los estatutos de un banco italiano fundado en Milán contemplan la posibilidad de una apertura de una oficina en Roma, sin embargo, el fundador dejó escrito que los trabajadores debían ir y volver durante el día, para que el clima político no afectara al devenir económico.
Pues eso.