El que una economía haya atravesado estas vicisitudes debería inducir a pensar que el desempleo debería subir, no bajar. Y, sin embargo, ha bajado. Analicemos los posibles motivos

Esta semana conocimos el mejor dato de desempleo desde el inicio del euro (1998): un 6,4%.  Puede que esta cifra genere sorpresa y perplejidad entre los lectores si tenemos en cuenta que la zona euro ha atravesado:

  1. Una pandemia en 2020 y 2021 que destruyó cerca de un 5% del PIB, y afectó especialmente al tejido empresarial más vulnerable, el más intensivo en empleo.

  2. Una guerra en Ucrania que afectó a Europa de dos formas. Primero, mediante una terrible crisis energética, que llevó el precio de la electricidad a niveles no observados en décadas; y segundo, mediante un incremento fuerte de los precios de los alimentos.

  3. Una inflación que alcanzó el 10,6%, niveles no alcanzados desde finales de los años setenta. Aunque han moderado su incremento, los precios han crecido hasta hace poco más que los salarios, lo que ha minado la capacidad de consumir de los europeos, por lo tanto, el gasto en consumo (principal componente del PIB) y la confianza del consumidor.

  4. Una subida de tipos del BCE histórica, desde el -0,5% en la tasa de depósito hasta el 4% actual, lo que ha supuesto mayores costes de financiación de las empresas y de las familias.

Para cualquier observador, el que una economía haya atravesado estas vicisitudes debería inducir a pensar que el desempleo debería subir, no bajar.  Y, sin embargo, ha bajado.  Analicemos los posibles motivos:

Primero: aunque el impacto económico del covid fue devastador, los estímulos desplegados para hacerle frente, tanto fiscales como monetarios, fueron históricos.  Esto provocó un fuerte rebote de la actividad económica desde 2021.

Segundo: Europa ha dado una lección al mostrar su capacidad para adaptarse al chantaje ruso asociado a cortes del suministro de gas.  Si antes de la invasión Europa dependía en un 40% del gas ruso, ahora lo hace tan solo en un 13%.  En su punto álgido, agosto de 2022, el precio del gas europeo (TTF) llegó a valer 340 euros; en la actualidad se sitúa en unos 30 euros. Es decir, una caída superior a un 90%, lo que se ha traducido en costes de electricidad mucho más bajos.  Hay varios factores que explican esta evolución, entre otros, una demanda sensiblemente menor por parte de industrias y consumidores europeos, mejorando la eficiencia energética (relación entre consumo energético y PIB), y la llegada de gas licuado de EEUU y de otros países productores, en parte también favorecida por la menor demanda China, que atraviesa una dolorosa crisis inmobiliaria.  Los precios de los alimentos en origen se sitúan hoy por debajo de los que había antes de la invasión, a medida que otros países productores (sobre todo, americanos) han reaccionado al incremento aumentando su producción.  La disminución de precios en origen se acabará notando en los precios finales en supermercados.

Tercero: la inflación ha remitido desde el 10,6% al actual 2,9%, en parte por los efectos base, en parte por los aspectos señalados en el punto anterior, y en parte por la subida de tipos referida del BCE.  Desde septiembre los salarios de la zona euro suben más que la inflación, lo que ha devuelto la capacidad positiva de consumir de los europeos.  En este contexto, no es de extrañar que la confianza del consumidor esté reaccionando al alza desde hace ya tres meses.

Cuarto: a pesar de la subida de tipos, los mercados han comenzado a descontar bajadas a partir de la primavera.  A fecha de hoy, los derivados de tipos de interés descuentan seis bajadas de tipos en 2024 (1,5% en total) y los economistas, entre tres y cuatro.  Como consecuencia, el euríbor ya está descendiendo, y con ello, los costes de financiación.

A expensas de lo aquí aludido, hay que destacar otros puntos relevantes para entender la evolución del desempleo.

Por un lado, las empresas tienen miedo de despedir.  El motivo es que durante la Gran Recesión se produjo una intensa destrucción de empleo, y al llegar la recuperación, no les resultó fácil volver a contratar trabajadores, en parte por un cambio en la demanda de necesidades, en parte, por oxidación de habilidades de los desempleados de larga duración (fenómeno llamado «histéresis»).  Durante el covid, las empresas ajustaron producción no reduciendo personal, sino las jornadas laborales, jornadas que han ido recuperándose progresivamente.  Es decir, el ajuste se ha realizado por horas trabajadas, no por puestos de trabajo.

Por otro, es importante recalcar que muchas empresas informan de que les cuesta conseguir trabajadores, especialmente en un contexto de debilidad demográfica, que se traduce en pocos jóvenes entrando en el mercado laboral frente a los mayores que se retiran.

Por último, la tasa de ahorro de los europeos se ha situado por encima de la histórica durante un buen tiempo, por lo que el exceso de ahorro acumulado no tiene precedentes.  Una normalización de la tasa de ahorro se traducirá en mayor consumo (lo que ha ocurrido en 2023 en los EEUU), para lo que es necesario contar con a la plantilla adecuada.

Es posible que el dibujo cambie a medio plazo como consecuencia de la introducción de la inteligencia artificial generativa, pero, al menos en 2024, aunque se produzca una subida de desempleo, esta será muy acotada.  De una u otra forma, seguiremos observando niveles de desempleo en Europa significativamente reducidos.