Los anuncios políticos orientados a reducir la inmigración pueden entenderse desde la óptica del sentimiento del votante. Sin embargo, conviene explicar las consecuencias de restringir los flujos migratorios.

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Donald Trump basó una parte de su campaña electoral en el cierre de fronteras a la inmigración. Esta promesa, al menos esta, sí la está cumpliendo.  Históricamente, los EEUU han recibido una media de unos 500.000 inmigrantes al año, la cifra aumentó a 1,4 millones de media entre 2023 y 2024, impulsada en parte por las políticas de reagrupación familiar permitidas por la administración Biden.  En 2025, ya con Trump en el poder, las nuevas entradas se están reduciendo prácticamente a cero.

Además, el actual presidente prometió expulsar a los inmigrantes en situación irregular que residen en territorio estadounidense, que pueden rondar los 11 millones, según las estadísticas oficiales.  En este caso, creo que no cumplirá su promesa. En primer lugar, porque el país no dispone de capacidad logística para expulsar a un número tan elevado de personas, a no ser que se declare la ley marcial, algo que podía ser inconstitucional. En segundo lugar, porque el 90% de estos inmigrantes trabajan, sobre todo en agricultura, en la restauración y en la construcción, representan el 6% de la población activa, y su expulsión provocaría una recesión considerable y un aumento de la inflación por escasez de mano de obra.  Lo más factible es que el foco se ponga en los inmigrantes con antecedentes penales, que se cuyo número se estima en unos 425.000.

Esta política antiinmigración no es un hecho aislado.  El Partido Demócrata fue endureciendo su retórica al respecto a medida que este asunto calaba entre los votantes.  En el Reino Unido, el primer ministro, Starmer, anunció recientemente una reforma de la ley migratoria británica que endurece las condiciones para la inmigración y el acceso al mercado laboral, movimiento que quizás persiga frenar a la extrema derecha, representada por el Reform UK.  Tendencias similares se han detectado en otros países europeos, incluyendo Alemania, también con el objetivo político de frenar el ascenso de la extrema derecha.

En general, los flujos migratorios de trabajadores han representado, de media, un aumento anual del 0,3% de la población activa en los EEUU y en Europa.  España sigue siendo una rara avis, con flujos anuales recientes superiores a los 300.000, lo que equivale incrementos del 1,2%, es decir cuatro veces más que EEUU y Europa. Aunque en 2024 el ritmo se redujo al 0,7%, sigue siendo un incremento muy superior.  Como ha señalado recientemente un informe del BCE, la inmigración explica más del 80% del crecimiento económico español, crecimiento de cantidad, no centrado en aumentos de la productividad, que apenas ha subido un 0,2% desde 2019 en agregado, según el referido estudio.  Eso explica por qué la mejora de la renta per cápita ha sido mucho más discreta y muchas familias por lo tanto no notan la teórica bonanza.  En conjunto, la población activa inmigrante en España ha aumentado un 28% desde 2019.  No obstante, dada la movilidad geográfica que existe dentro de la Unión Europea, está por ver si se permitirá a España mantener esta permeabilidad de sus fronteras.

Obviamente la última voluntad de la política inmigratoria reside en los electores, pero conviene analizar las implicaciones económicas que supone el progresivo cierre de las fronteras.

A largo plazo, una economía crece por dos factores: horas trabajadas y productividad por hora trabajada. En este artículo exploramos el primer factor; su crecimiento depende del aumento o disminución de la población en edad de trabajar, más menos flujos migratorios de trabajadores.  Para mantener una población en edad de trabajar (activa), se precisa un índice de natalidad de 2,1 niños por mujer, natalidad que manifiesta sus efectos a los 20-25 años del nacimiento, momento en el que esa nueva generación alcanza la edad de incorporarse al mercado laboral.  Dado que la natalidad en los EEUU y especialmente en Europa se lleva situando bien por debajo del umbral de 2,1 hijos por mujer durante las últimas cuatro décadas (tendencia que ha sido denominada “suicidio demográfico”), la población vegetativa (antes de inmigración) disminuirá a futuro cada año un 0,3% en los EEUU y un 0,6% en Europa.

El motivo por el que hasta la fecha el sistema político ha obviado la creciente preocupación de los votantes por el aumento de la inmigración reside en que para pagar el estado social —pensiones, sanidad, educación, intereses de la deuda— hace falta crecimiento económico.  Dado que se espera que la productividad siga creciendo a un ritmo muy modesto (1,4% anualmente de media en los EEUU y 1% en Europa), se hace preciso compensar la pérdida de población activa vía flujos migratorios.  Si estos se limitan, hay que explicar al votante sus consecuencias.  También, que la presión migratoria ilegal seguirá creciendo por muchos motivos.  Es cierto que la IA generativa puede deparar sorpresas positivas aumentando la productividad, pero es un futurible.  Además, la inmigración cualificada está relacionada con la generación de patentes y, por lo tanto, con la productividad.  Se calcula que una cuarta parte de las patentes de los EEUU han sido generadas por inmigrantes, luego el cierre de fronteras también presentará un impacto negativo en crecimiento de productividad.

Si asumimos que a futuro se mantuvieran los flujos migratorios medios históricos, EEUU pasaría de decrecer un 0,3% en horas a un 0% (más en 2024, menos en 2025), y Europa, del -0,6% al -0,3%.  Por eso hay que centrarse en las matemáticas. Si, en ausencia de inmigración, las horas trabajadas disminuyen entre el 0,3-0,4%, y la productividad aumenta entre el 1-1,4%, los crecimientos tendenciales agregados alrededor del 1% son difícilmente compatibles con hacer frente a 100 puntos de deuda y a un creciente gasto social, especialmente en pensiones, que se lleva la mayor parte del presupuesto público.

Si se cierran fronteras habrá que reducir sensiblemente la pensión media.  Esa es la incómoda y democrática verdad.  Como dijo Montaigne: hay tanta diferencia entre nosotros y nosotros mismos como entre nosotros y los demás.