Me gustaría retomar algunas de las hipocresías que, en mi opinión, estamos viviendo o sufriendo actualmente en nuestro particular infierno.

Italo Calvino escribió: «El infierno de los vivos no es algo que será; si hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo.  La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más.  La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuo: buscar y saber reconocer quién y qué en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio».

Me pregunto hasta qué parte el infierno actual está tan relacionado con la hipocresía, probablemente uno de los comportamientos que más ferozmente critican los Evangelios, con mayor o menor éxito.  He escrito en el pasado sobre hipocresías que marcan nuestro mundo.  Me gustaría retomar algunas de las que, en mi opinión, estamos viviendo o sufriendo actualmente en nuestro particular infierno.

Primera, la política energética europea rezuma hipocresía.  El Gobierno alemán (antes conservadores, ahora socialistas-liberales y verdes) cierra centrales nucleares, que no emiten CO2, y aumenta la producción de energía vía carbón, que emite mucho CO2.  Los europeos, que no aceptamos el fracking por ser una tecnología agresiva con el medio ambiente, nos hinchamos sin embargo a importar gas y petróleo de los EEUU, obtenido mediante tan malvada tecnología.  El Gobierno español aboga por cerrar las centrales nucleares que siguen abiertas en nuestro país al mismo tiempo que hace lobby en Bruselas apoyando el plan energético francés, que pasa por incrementar las centrales nucleares de nuestro vecino; habrá además que ver cómo toman el apagón nuclear los partidos catalanes, ya que más de la mitad de la energía consumida en Cataluña se genera por energía atómica.  La Comisión Europea a su vez quiere terminar con la venta de coches de combustión, sin embargo, impulsa intensamente la exportación de este tipo de motores europeos hacia el resto del mundo.  Occidente reclama a los países emergentes que reduzcan emisiones de CO2, pero no transfiere los fondos a los que se comprometió para ayudar a que estos países afronten su transición energética.

Segunda, la expresidenta de la Universidad de Harvard se negó a condenar explícitamente las toleradas expresiones de grupos de alumnos llamando al exterminio de los judíos bajo la premisa de que «pueden estar protegidas por la libertad de expresión».  Sorprende, ya que la propia Harvard se la negó a uno de sus ilustres expresidentes, Larry Summers, quien fue despedido por afirmar algo políticamente incorrecto.  Además, dicha «libertad de expresión» es falsa, ya que muchas políticas de Diversity, Equity and Inclusion (DEI) prescriben precisamente limitarla.  Por si fuera poco, la Universidad, que ha sido muy exigente a la hora de aplicar políticas antiplagio hacia su alumnado, ha sido cuando menos renuente a exigirlas hacia su entonces presidenta, acusada precisamente de plagio, y que reconoció en su reciente carta de dimisión «errores de atribución» en su discreto historial de publicaciones.   En realidad, la expresidenta seguirá como docente de Harvard, después de haber pactado un salario de 900.000 dólares, epitafio testimonial de «diversidad, igualdad e inclusión».

Tercera, bajo la premisa de buscar la igualdad de género para corregir abusos pasados, unas cuantas empresas han diseñado políticas de discriminación positiva en sus procesos de reclutamiento, con un número no desdeñable aplicando el principio de contratar solo a mujeres.  El «pato» no lo pagan los antiguos machistas, sino los actuales jóvenes veinteañeros, que son rechazados por no poseer «las características sociales» adecuadas; se trata de los nuevos «santos inocentes».  Pensábamos que habían quedado muy atrás los tiempos de la discriminación.

Cuarta, Putin invadió Ucrania no como una guerra, sino como una «operación militar especial» con el objetivo de «desnazificar el país», presidido a la sazón por el judío Zelenski.  El 90% de los soldados rusos que iniciaron la «operación especial» han resultado muertos o heridos.  Mientras, el líder de la oposición rusa, Navalny, sigue pudriéndose en una cárcel del Ártico tras un juicio farsa, la disidencia, suprimida, y la libertad de expresión, anulada (el corresponsal del Wall Street Journal lleva ya casi medio año encerrado sin juicio).

Quinta, bajo la premisa de «impulsar la igualdad» se han «afirmado» políticas más o menos irrisorias para lograr el difuso objetivo perseguido.  China, un país comunista, tiene uno de los índices de desigualdad más elevados del mundo.  Los países nórdicos, alabados por su ecuanimidad, en realidad presentan niveles de desigualdad de riqueza de los más altos del planeta.  Sin embargo, sí es cierto que han conseguido reducir la desigualdad de ingresos, precisamente a partir de aplicar impuestos indirectos más elevados, a pesar de que se consideran «regresivos».

Giordano Bruno, en Candelero afirma: «Todo depende del primer botón, abrocharlo en el ojal equivocado significará, irremediablemente, seguir cometiendo error tras error».  Pues seguimos así, posiblemente derivado del hecho de que muchos defensores de la diversidad en realidad se oponen a la diversidad de pensamiento.