Se están gestando las condiciones necesarias para que experimentemos a futuro sorpresas positivas en forma de mayor productividad
En 2013 Peter Thiel, un famoso inversor tecnológico dijo: “queríamos coches voladores y lo que conseguimos fueron 140 caracteres”. Aludía a que en lugar de generar una invención que generara importantes crecimientos de productividad (un coche volador reduciría las horas perdidas en atascos) “inventamos” twitter, que a priori no genera incrementos de productividad obvios. En cierto sentido, Thiel tiene razón. A pesar de que la cuarta revolución industrial se gestó hace ya unos cuarenta años, los incrementos de productividad han sido muy exiguos, y claramente inferiores a los conseguidos hasta entonces.
Las implicaciones son sobresalientes, ya que menor crecimiento de productividad supone menor crecimiento de los salarios reales, más años para que la siguiente generación pueda superar los estándares de vida de los de sus padres y además menos colchón para poder hacer frente a incrementos de costes, algo que a su vez puede generar ciclos inflacionistas. Además, la cuarta revolución industrial generó una enorme diversidad en las aptitudes que las empresas requieren de los trabajadores, lo que se tradujo en una mayor dispersión de salarios, antesala del aumento de desigualdad. Por si fuera poco, la actividad económica comenzó a concentrarse en grandes mega urbes, que conseguían un “efecto red” y un “efecto llamada” de forma que los puestos de trabajo mejor retribuidos se concentraban en dichas metrópolis, quedando el resto del país a mucha distancia en el crecimiento económico. Se trata de la antesala de la desigualdad geográfica.
Si a futuro vamos en una u otra dirección (inventando cosas que generen o no productividad) las implicaciones para nuestras sociedades serán igual de relevantes ya que los inquietantes procesos arriba descritos podrían evolucionar en uno u otro sentido. Aunque pronosticar qué ocurrirá es extremadamente difícil, ya que muy pocos han sabido o podido predecir correctamente los crecimientos de productividad, creo que se están gestando las condiciones necesarias para que experimentemos a futuro sorpresas positivas en forma de mayor productividad. Veamos algún motivo:
Primero: existe un espacio de tiempo entre que se adopta una invención y el que ésta genere incrementos de productividad. Así, la máquina de vapor apareció en 1776 y los incrementos de productividad relevantes en Inglaterra se materializaron un cuarto de siglo después. Muchas de las innovaciones asociadas a la cuarta revolución industrial podrían estar en ese periodo de maduración, y generar antes o después una subida de productividad.
Segundo: la epidemia del covid ha supuesto un revulsivo en lo que a innovación respecta. De entrada, hemos utilizado una tecnología novedosa (RNA mensajero) para generar una vacuna once meses después de haber identificado un patógeno. Es un record histórico que ilustra cómo nuestra capacidad para innovar se agudiza durante una crisis. Además, estas vacunas son fácilmente adaptables ante diferentes mutaciones.
Tercero: las empresas han entendido tras el experimento del teletrabajo que la digitalización es una prioridad absoluta. La consecuencia es que la inversión en activos intangibles (como software) supera la inversión en activos tangibles (como una máquina). En general, estos flujos hacia las inversiones digitales intangibles suelen traducirse en mayores incrementos de productividad.
Cuarto: estamos viviendo una oleada de emprendimiento solo comparable a finales del siglo pasado. Cuando se analizan los datos de creación de nuevas compañías los niveles están en máximos de veinte años en países como EEUU, Reino Unido, Francia o España. Por cierto, a finales del siglo pasado esta actividad emprendedora redundó en fuertes incrementos de productividad un pequeño paréntesis entre tantas décadas de crecimientos ínfimos. Además, la creación de empresas se está concentrando en segmentos de innovación y patentes (figura 1).
Quinto: existe abundante capital para financiar dicho emprendimiento tecnológico. La industria responsable de dicha financiación es el Venture Capital (VC). Aunque ideada en 1958, la inversión en VC ha sido exigua en EEUU hasta 1980 (año en el que se facilitó a aseguradoras y fondos de pensiones invertir en esta clase de activo) y en Israel hasta mediados de los noventa. No es de extrañar que estos dos países sean líderes en innovación. Por ejemplo, aunque solo un 0,5% de las empresas que se crean en EEUU son financiadas por el VC, representan el 76% de la capitalización bursátil de empresas creadas desde 1995 (empresas como Alphabet, Meta –ex Facebook- o Google), como informaba el semanario The Economist la semana pasada. Con todo, poco a poco Europa ha ido incrementando su inversión en VC; en el caso de España, el revulsivo ha sido las inversiones lideradas por el ICO. Esta mayor abundancia de capital tecnológico es clave para que los emprendedores puedan poner a andar sus proyectos, y génesis por lo tanto de la innovación que se puede traducir en productividad.
Paul Volcker, el famoso Gobernador de la FED que hizo frente a la enorme inflación de principios de los 80 comentó también en la línea de Thiel: “la única innovación útil que he observado en el sector financiero los últimos 40 años ha sido el cajero automático”. Volcker se refería a innovaciones como lo seguros de crédito, que en su momento hicieron más daño que virtud. Sin embargo, si Volcker siguiera con nosotros y analizara la enorme revolución que se está gestando en el sector de fintech posiblemente opinaría en sentido distinto. Como dijo el premio Nobel Robert Solow “hoy en día se puede observar la edad de la informática en todo, menos en las estadísticas de productividad”.