Los crecimientos económicos futuros serán más que mediocres, lo que abrirá el debate de si podemos sostener el gasto social actual

En su libro de 1968, The Population Bomb, Paul Ehrlich afirmó que, si los países no activaban mecanismos de control de población, cientos de millones de personas morirían de hambre.  

Se equivocaba.

Aunque el mundo haya alcanzado hace poco la cifra de 8.000 millones de habitantes, todo parece indicar que las hipótesis de las Naciones Unidas, que contemplan crecimientos hasta la franja de 9.000 a 12.000 millones de habitantes durante este siglo, errarán.  Son más probables las estimaciones del Centro Wittgenstein, por las que la población mundial alcanzará un pico  inferior a 9.700 millones a mediados de siglo, y comenzará su declive desde entonces, al caer la natalidad por debajo de los 2,1 hijos por mujer que aseguraría la sostenibilidad del nivel de población.  Sería la primera vez que el mundo experimenta una contracción de habitantes no explicable por guerras o por pandemias.  En concreto, Asia sufrirá la más fuerte reducción de población de las diferentes zonas del planeta, y la única que aportará crecimiento vegetativo será el África subsahariana.

El declive demográfico se gestó hace ya años en Occidente, y está afectando de lleno a países emergentes.  La prolífica India presenta ahora una natalidad de 2 hijos por mujer, lo que no garantiza el reemplazo generacional, y la de China, es inferior a 1,3 hijos por mujer, supone la antesala de un claro invierno demográfico.  

España no ha sido ajena a estas tendencias.  Con todo, una vez más, nuestro país ha pasado de experimentar tasas de natalidad más elevadas que Occidente a situarse en niveles más deprimidos.  Así, si la media de países OCDE se sitúa en 1,7, España presenta unas cifras inferiores, 1,2, lo que ha desembocado en que nuestro país experimente crecimientos vegetativos negativos (fallece más gente de la que nace). 

Para compensar el declive demográfico, se ha utilizado la inmigración.  A fecha de hoy en tres cuartas partes de las provincias españolas la inmigración supera a los nacimientos.  Además, aproximadamente una cuarta parte de los nacimientos procede de madres no nacidas en España.  El resultado será un profundo cambio de nuestra sociedad.

Las hipótesis futuras sobre crecimiento de población (como las del INE en España, o las de la ONU a nivel internacional) se basan en una recuperación lenta y paulatina de la natalidad, así como en el mantenimiento de los flujos migratorios.  Con todo, la evidencia empírica del primer caso es bastante limitada (cuando un país reduce su natalidad por debajo de la tasa de reemplazo, como Japón o Corea del Sur, el nivel no revierte, al menos hasta la fecha), y la segunda hipótesis (mantenimiento de los flujos migratorios) dependerá de las actitudes sociales y políticas cambiantes hacia la menor permisividad (EEUU es un buen ejemplo).

En mi opinión, esta situación nos lleva a plantear como escenario central el del declive demográfico.  Las consecuencias pueden ser muy profundas:

Primera, el Estado Social se paga con PIB no con felicidad o con bienestar.  El PIB a su vez depende de horas trabajadas y productividad.  Esta última apenas crece desde hace décadas.  Las horas trabajadas dependen principalmente del crecimiento de la población activa.  Por lo tanto, los crecimientos económicos futuros serán más que mediocres, lo que abrirá el debate de si podemos sostener el gasto social actual.

Segundo, la deuda se paga con PIB, no con felicidad o con bienestar.  Dado que hemos alcanzado cotas de endeudamiento público de las más elevadas de la historia, se generará un debate sobre su sostenibilidad en un contexto de declive demográfico.

Tercero, poblaciones envejecidas ejercen y ejercerán un importante peso político a través de sus votos.  El resultado es escorar cada vez más el Estado Social hacia sus prestaciones (pensiones, sanidad) a costa de gasto público que puede favorecer más a los jóvenes (educación).  Esta tendencia hará aumentar la desafección de los jóvenes por la democracia, proceso que se inició hace ya unos cuantos años. 

Cuarto, las implicaciones microeconómicas serán muy profundas.  ¿Cuánto pueden valer las casas, por ejemplo, en Palencia, si desaparece un tercio de su población en las próximas décadas?

Malthus ya nos avisó hacia 1800 de cómo la población mundial creciente experimentaría hambre.  Se equivocó de lleno, justo porque comenzaban los efectos positivos de la revolución industrial, proceso que, entre otras cosas, fue capaz de multiplicar la producción de alimentos.  La Historia está llena de sorpresas, pero si la demografía nos sorprende, por los puntos expuestos en esta columna, creo que tardará muchos años en revertir estas tendencias.