Todos nos dejaremos plumas en este conflicto. Pero unos se dejan más plumas que otros, y eso marca el signo de los acontecimientos.

Parece que Ernest Hemingway escribió aquello de que “la primera panacea de una nación mal gestionada es la inflación generada por la pérdida de valor de la divisa; la segunda es la guerra. Ambas pueden aparentar generar una prosperidad temporal, ambas traen una ruina permanente. Las dos son el refugio de políticos y economistas oportunistas”.

A tenor de la situación generada por la invasión rusa de Ucrania, y ligado con el título que encabeza este artículo, podemos establecer las siguientes premisas:

Primera, la evolución bélica es desfavorable a Putin, quien no ha conseguido sus objetivos, y sin embargo ha incurrido en enormes pérdidas, que podrían ascender a un 10% de las tropas movilizadas y a unos 2.400 vehículos capturados, dañados o destruidos, de los que 412 corresponden a carros de combate (168 de ellos capturados).  

Segunda, a pesar de la retórica, China no parece estar apoyando militar ni financieramente a Rusia. El motivo principal es que el 40% de las exportaciones chinas van a Occidente, y tan solo un 3% a Rusia. Además, a China no le conviene la mayor factura energética generada por la guerra.

Pues bien, a la hora de analizar guerras (tarea en la que soy lego) es importante también entender que las guerras hay que financiarlas, y por eso el seguimiento de la evolución de las economías subyacentes es relevante. ¿Qué podemos plantear?

Primero, con la guerra, Putin no solo destrozará a la economía ucraniana, sino también a la rusa. Si se llega a un armisticio, la primera podrá reconstruirse con ayuda occidental. La segunda sin embargo seguirá sometida a sanciones, y el daño económico será perdurable.

Segundo, la economía rusa parece estar ya entrando en una lógica situación de caída. Conocemos ya que los índices de gestores de compra manufactureros – industriales (“manufacturing PMI”) del mes de marzo han entrado en 44, niveles de fuerte contracción. Se están notando las sanciones y el ahogamiento de liquidez que generan las mismas, así como la subida de tipos de interés del 10% al 20% que estableció el banco central ruso para proteger su divisa.

Tercero, la economía china, a pesar de su ambigüedad geopolítica, parece también estar entrando en dificultades, posiblemente azuzada por la epidemia (sesenta millones de personas confinadas de momento). Así, los índices compuestos de gestores de compra (la media ponderada entre gestores de compra de compañías industriales y del sector servicios) han pasado de 51 (ligera expansión) a 49 (ligera contracción). Los índices concretos del sector industrial (más del 40% del PIB chino) han salido en 49 el oficial (más expuesto a grandes empresas públicas) y 48 el “Caixin” (más expuesto a empresas medianas en manos privadas).

Cuarto, a pesar del shock energético y de su deriva de inflación, los datos de PMI de Occidente han resultado sorprendentemente positivos. Así, los PMI compuestos de la zona euro sorprendieron bajando tan solo un punto, de 55,5 a 54,5 durante el mes de marzo (los de febrero no reflejaban el conflicto, que se inició el día 24 de ese mes). El sector industrial, en teoría el más sensible a la situación, bajó de 58 a 57, un nivel con todo que indica una actividad muy fuerte (el sector servicios tan solo perdió medio punto, bajando de 55,5 a 55). En este contexto el desempleo alcanza ya el nivel del 6,8%. En EEUU, ¡oh sorpresa! los PMI subieron. El del sector servicios, de 56 a 59, y el del sector industrial de 57 a 58. También es interesante observar que las peticiones de desempleo semanales (“initial jobless claims”) han alcanzado cifras cercanas a 200.000, algo no observado desde 1969, y el desempleo ha bajado al 3,6%, niveles históricamente reducidos. Algo parecido se observó en Japón, cuyo indicador industrial subió de 52,5 a 53 a pesar de su mayor exposición a la economía china. Todo esto en medio de los impactos generados por la guerra.

De estos puntos cabe hacerse una idea sobre quién está llevando lo peor en la guerra energética. A medio y largo plazo además esta guerra está llevando a Europa a desvincularse de la energía rusa, bien dilatando el cierre de nucleares (posiblemente Alemania), aumentando el uso de energía térmica (Alemania), construyendo minireactores nucleares nuevos (Reino Unido, Francia), o incrementando la dependencia del gas licuificado (casi todos). Para una economía poco diversificada como la rusa estos cambios pueden suponer una amenaza permanente. Todos nos dejaremos plumas en este conflicto, en forma de mayor inflación y menor crecimiento. Pero unos se dejan más plumas que otros, y eso marca el signo de los acontecimientos.

Muchos nos horrorizamos de contemplar macabras escenas bélicas y de atrocidades tremendas en Europa. Evocamos las terribles imágenes de la segunda guerra mundial, quizás porque también muchos de nosotros habremos querido borrar las horribles imágenes que contemplamos durante la guerra de los Balcanes a primeros de los 90, y las muchas guerras que también han asolado otros continentes desde entonces. Pero los hundimientos económicos acaban generando el final de tantos horrores. Porque los horrores, como tantas cosas buenas y malas, hay que financiarlos. Y la dirección parece clara.