Sentar las bases para hacer subir la productividad no es algo de derechas ni de izquierdas. Es técnico, y es imperativo.

Lope de Vega en La Dragontea afirmó: “Oh, España, cuántas gestas, cuántas hazañas, pues si tienes quien las haga, ¿por qué no tienes quien las diga?”. Si aplicamos esta noción de Lope sobre tendencias de nuestra economía, el paisaje resulta desolador. Abundan estructuralmente los comentarios negativos, reafirmando la triste máxima de “si habla mal de España, es español”.

Es cierto que nuestra economía afronta problemas de largo plazo aún no resueltos; entre otros, un paro mucho más elevado que la media (el doble que Portugal, por citar un país vecino), bajos salarios ligados a bajas y estancadas productividades (los sueldos en España son un 28% inferiores a los de la zona euro y un 42% a los de Alemania o Francia; la productividad es un 16% inferior a la de la zona euro y un 25% inferior a la de Alemania o Francia), falta de adecuación entre la formación reglada y continua frente a las necesidades laborales que imponen una economía en transformación digital, y una dualidad en el mercado de empleo que se ceba especialmente con los jóvenes.

Una visión más positiva nos permite observar cómo España pasó de generar una renta per cápita aproximada de 300 dólares en 1800, a 3.000 en 1975 y a 30.000 en la actualidad. Si nos atenemos a las últimas dos cifras, pocos países desarrollados han sido capaces de multiplicar esta magnitud por diez en tan pocos años. Una gran gesta, una gran hazaña, que sin embargo en contadas ocasiones tiene “quien las diga”.

Cervantes observa cómo la España relativamente enriquecida durante el siglo XVI se acomodaba (“triunfa la arrogancia sobre la valentía”), anticipando el fuerte declive del siglo XVII. Es quizás momento de plantearnos si los éxitos acumulados por nuestra economía nos han sumido en una situación parecida: la arrogancia de no querer resolver nuestros problemas estructurales. Si queremos convertirnos en una economía líder es fundamental afrontarlos con valentía.  

Ahí van algunas propuestas:

El desempleo se combate maximizando el crecimiento económico, no la producción reglamentaria. Las regulaciones que merman dicho crecimiento, en general las que limitan la unidad de mercado, deberían reducirse al máximo. Además, una buena parte del número de nuevos empleos depende de la creación de nuevas empresas. Es fundamental analizar qué legislaciones generan barreras de entrada para que las nuevas empresas puedan competir con éxito.

La baja productividad se combate con una mejor formación, reglada y, sobre todo, continua, además de con la producción y diseminación de innovaciones. Existe amplia literatura académica que muestra la íntima conexión entre la productividad y el tamaño de las empresas. España es una economía de pymes (61% del PIB, 72% del empleo), y, sobre todo, de micropymes. Si queremos aspirar a mejorar sueldos es fundamental mejorar las productividades, y eso pasa por facilitar el crecimiento de las empresas. Las regulaciones y legislaciones que limitan el crecimiento son por desgracia legión. Una revisión en profundidad de sus costes y beneficios nos podría permitir sentar las bases para facilitar el crecimiento de las empresas (algo que a su vez facilitará su financiación), no inhibirlo. A su vez, la innovación en España presenta también claras áreas de mejora, en cantidad y en calidad. Una agencia de innovación española con competencias a largo plazo podría impulsar el necesario diálogo en investigación entre Universidades, Empresas y Fuerzas Armadas, crítico en otros países líderes en innovación como EEUU o Israel.

La formación, como hemos visto, está íntimamente ligada a la productividad. Se ha escrito profusamente sobre posibles mejoras en la de nuestros jóvenes, mejoras que pasan por reforzar los resultados PISA, reducir el abandono escolar y potenciar la formación profesional, como ya hacen otros países con éxito (por ejemplo, Alemania). Sin embargo, la velocidad a la que la tecnología y la automatización están transformando los empleos, requiere de un fuerte impulso de la formación continua. Cerca de un tercio de los trabajos corren riesgo de desaparición ante la automatización. La formación continua puede ser la mejor receta para que estos trabajadores acumulen las competencias que les permitan colaborar con los robots, y no ser reemplazados por ellos. EEUU ya está liderando esta tendencia con su programa de upskilling (reentrenamiento).

Los jóvenes merecen un mercado laboral esperanzador. La dualidad del mercado de trabajo gestada desde 1984 les ha generado lo contrario, lo que acentúa la más dramática de las desigualdades: la intergeneracional. Si moralmente no admitimos que en una sociedad moderna coexistan ciudadanos de primera y de segunda clase, tenemos que reflexionar sobre la situación contraria que hemos generado en el mercado de empleo. La reducción de diferencias entre contratos fijos y temporales podría hacer frente a este problema, facilitando además la inversión en la formación de jóvenes, lo que tendría un resultado en sus productividades y, por lo tanto, en sus sueldos. Es necesario un mercado laboral esperanzador entre los jóvenes para que afrontemos, junto a otras medidas, nuestra desastrosa crisis de natalidad.  

Existen otros problemas que todos conocemos, como la excesiva deuda pública, la elevada inflación, el déficit estructural, la dependencia energética, la subida de tipos que ya anticipa el BCE o unas políticas disfuncionales de vivienda que dificultan el acceso a este bien básico en vez de facilitarlo… También aparecen oportunidades, como el reshoring (traer de vuelta fábricas desde países emergentes a países occidentales, tendencia en la que España podría desempeñar un papel líder), la atracción de talento (España, y en concreto, Barcelona, siguen siendo imanes para los jóvenes emprendedores tecnológicos) o el impacto que los fondos europeos puedan generar en la productividad, si conseguimos emplearlos con sabiduría.  

Con todo, la productividad, sin serlo todo, “a la larga lo es casi todo”, ya que su aumento provoca crecimiento económico, mayores sueldos, estabiliza la deuda pública (porque se mide en porcentaje de PIB) y reduce el déficit estructural. Sentar las bases para hacer subir la productividad no es algo de derechas ni de izquierdas. Es técnico, y es imperativo para afrontar una agenda de liderazgo para la economía española. 

Como dijo Goethe: “el saber no basta, debemos aplicarlo; la voluntad no es suficiente, hay que hacerlo”.