Corresponde analizar la dicha y/o adversidad que afrontaremos en este año entrante, algo que a su vez depende de cómo afrontemos los retos que enfrentamos

Un proverbio latino afirma que la prosperidad muestra a los dichosos y la adversidad revela a los grandes. Habiendo vivido la mayor contracción económica desde la Gran Depresión, y los mayores estímulos fiscales y monetarios desde la Segunda Guerra Mundial, corresponde analizar la dicha y/o adversidad que afrontaremos en este año entrante, algo que a su vez depende de cómo afrontemos los retos que enfrentamos. Discutámoslos.

Primero, la normalización económica será consecuencia de la estabilización médica, como no podría ser de otra manera. La situación médica se irá normalizando a medida que se reduzcan los ingresos hospitalarios, y por lo tanto los fallecimientos, algo que ocurrirá según la población más vulnerable sea vacunada durante el primer trimestre. A su vez, la suma del porcentaje de población que presenta inmunidad natural porque ha pasado el covid, más el porcentaje de población que va siendo vacunada, nos irá acercando a la inmunidad de grupo, hito que posiblemente se alcanzará durante el tercer trimestre de este año, si no antes. Este acercamiento necesariamente redundará, si no se producen mutaciones intensas y extensas del covid, en una menor incidencia progresiva de la epidemia hasta alcanzar dicha inmunidad de grupo.

Segundo, tras históricas contracciones, se observarán también históricas expansiones de la economía. La mayor o menor intensidad de dichas expansiones marcará si dejamos más o menos cicatrices económicas asociadas al covid. Tras la ‘gripe española’, los gobiernos en general decidieron subir masivamente impuestos y reducir gastos, así como inflexibilizar la política monetaria volviendo al patrón oro. La consecuencia fue la terrible recesión de 1919-1920. El año 2021 será diferente, porque se mantendrá la flexibilidad, el problema es cuánto y por cuánto tiempo, ya que más flexibilidad duradera generará mayor riesgo de inflación y más inestabilidad financiera.

Tercero, la crisis “hiere y mata desigualmente”, como expuse en un artículohace unos meses. Los trabajos que requieren menos cualificación formativa son menos susceptibles de ser teletrabajados, lo que ha provocado que el desempleo se cebe con los más humildes, especialmente colectivos de jóvenes con trabajo temporal. De la respuesta que ofrezcan los Estados dependerá la fe que dichos colectivos presenten en nuestros modelos políticos y económicos a futuro.

Cuarto, el dinero en circulación se ha disparado a niveles históricos. Globalmente, crece al 10%, en Europa al 10% (el triple que los años anteriores) y en EEUU al 25%, el mayor nivel en 40 años (gráfico inferior). El motivo es, por un lado, la enorme oferta monetaria avalada por los bancos centrales (que han cuadruplicado sus balances desde 2007) y, por otro, la transmisión de dicha oferta hacia empresas, Gobierno y ciudadanos por parte del sistema bancario, que hoy en día opera con mucho mejor nivel de solvencia y liquidez que tras la crisis financiera. Una mayor circulación del dinero es buena, porque puede acentuar la recuperación económica si empresas y ciudadanos invierten y gastan sus excesos de ahorros generados durante la pandemia, pero puede generar inflación a medida que dicho empleo de fondos aumente la velocidad del dinero.

Quinto, si en los últimos 30 años el mundo globalizado ha generado una menor desigualdad entre países, y ha reducido la pobreza extrema en más de dos terceras partes, el covid ha invertido esta tendencia: la desigualdad entre países subirá, y la pobreza extrema también lo hará, por primera vez en mucho tiempo. El motivo es que muchos países emergentes no se pueden permitir estímulos fiscales y monetarios como los desplegados por EEUU o por Europa, además del hecho de que países en desarrollo muy expuestos al turismo o a las remesas de emigrantes experimentarán mayores contracciones. Además, los cuellos de botella en la fabricación de las vacunas provocarán que los países ricos alcancen la inmunidad de grupo antes que muchos países emergentes. Un mundo más desigual es por definición un mundo más tenso; en ocasiones, la tensión se vehicula a través del odio, y el odio acarrea la violencia.

En mi opinión, los riesgos asociados a estos retos presentan más potencial alcista que bajista, como ya hemos observado en países que han ido dejando prácticamente detrás el covid (Taiwán, China, Corea del Sur). Con todo, cuando la incertidumbre es máxima, es precisamente la acción gubernamental la que puede acentuar o minimizar dichos riesgos. Observando la diferente gestión llevada a cabo por muchos Estados durante la pandemia, un factor es claro: aquellos que han sido más técnicos gestionando la crisis sanitaria lo han hecho mejor. Serán también los que posiblemente hagan frente con mayores garantías a los retos expuestos en este artículo.