(Imagen de Fajrul Falah en Pixabay)

 

En el año 2021 la economía mundial crecerá más que los países emergentes, un hecho inédito

En el año 2011 los países emergentes estaban de moda. Subían rápido, impulsados por una creciente clase media, y los mercados los favorecían, especialmente frente a los países occidentales, muchos de ellos sumidos en lo peor de la crisis financiera que se había iniciado cuatro años antes. A modo de ejemplo, el riesgo de quiebra (credit default swap) de Egipto se situaba por debajo del de España en 2011. Y eso a pesar de que España era una democracia liberal con clase media constituida, y el Egipto de Mubarak no dejaba de ser una satrapía con una clase media poco representativa.

Pero el mercado ignoraba esta geopolítica realidad. Una noche de noviembre de ese año, la “Primavera árabe”, que se había iniciado unos meses atrás en Túnez cuando un mercader se quemó vivo para protestar contra el régimen opresivo de Ben Ali y su asfixiante situación económica, eclosionó con toda su crudeza en Egipto. Una multitud tomó la céntrica plaza Tahrir (que irónicamente se traduce como “liberación”) de El Cairo y exigió el final del régimen de Mubarak. De repente, el mercado se dio cuenta de un plumazo de que Egipto no era un paraíso emergente, y el nivel de riesgo de quiebra se duplicó en apenas dos días. Egipto pasaba a ser más arriesgado que España.

¿Qué hubo detrás de la “Primavera árabe”? Muchos pensamos que se trataba de un movimiento de diferentes pueblos pidiendo libertad, bien en Túnez, en Egipto, en Siria, o en Libia, con diferentes resultados. En parte, es cierto, pero la falta de libertad había ocurrido durante muchos años. ¿Por qué levantarse en 2011? El catalizador fue el nivel disparado de los precios de los alimentos de ese año, en el que una serie de factores restringieron la oferta, lo que provocó subidas abultadas de insumos básicos para una gran parte de la población.

Esta “revuelta” provocada por la carestía de precios de los alimentos no es nada nueva en la historia. Todos estudiamos cómo la Revolución Francesa de julio de 1789 ocurrió tras varios años de unas subidas asfixiantes del precio del trigo, incrementos que provocaron hambruna entre la gente humilde de Francia, que representaba la inmensa mayoría del país. A su vez, las románticas revoluciones de 1848 ocurrieron justo tras importantes subidas de los precios de los alimentos acaecidas unos meses antes, y un proceso parecido tuvo lugar con la revolución de 1917 que acabó con la Rusia zarista, como bien señala Jim Reid, el economista de Deutsche Bank.

Pues bien, la subida de los precios de los alimentos de 2021, que supone ya incrementos superiores al 40% (ver gráfico), presentará también importantes consecuencias en formas de revueltas. Podemos pensar que el auge de las protestas indígenas en Colombia, Perú o Chile se deben a ideas políticas de “identidad”, o bien entender que han cristalizado como consecuencia de la subida de los precios alimenticios.

Peligroso cóctel

Tengamos en cuenta que en los países occidentales el peso de la alimentación en la cesta de la compra oscila entre un 10% y un 15% del total del consumo, asumiendo un consumidor medio. Para un consumidor que vive en el cuartil con menos ingresos, este porcentaje es bastante superior, luego subidas de precios acaban suponiendo enormes esfuerzos para hacer frente al mes. En muchos países emergentes esta ratio suele ser el doble, y en algunos se llegará niveles superiores al 40%, que en los casos de la gente con menos ingresos representa porcentajes todavía más escandalosos. Una situación de crisis económica generada por una epidemia, paro al alza, ingresos a la baja y coste de la comida disparada en muchos de sus componentes conforma un cóctel demasiado peligroso.

El año 2021 será histórico en crecimiento económico. Hablamos posiblemente del mejor nivel de crecimiento desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, también se dará otro hecho insólito: los países occidentales crecerán más que el conjunto del mundo, y éste más que los países emergentes, situación completamente inédita. Si en Occidente se ha acudido a una política fiscal sin precedentes para poder paliar las caídas de ingresos provocadas por el Covid, en muchos países emergentes no se dispone de esta capacidad, bien porque se ha abusado de la deuda pública en los años “buenos”, bien porque su banco central no puede monetizar el déficit público debido a la espiral inflacionista que tradicionalmente genera, lo que a su vez provoca la fuga de capital extranjero, pudiendo sumir a un país en una crisis de balanza de pagos.

Situaciones históricas requieren también de remedios históricos. Reconstruir nuestro mundo pasa porque Occidente distribuya a los países emergentes los excesos de vacunas de los que se van a disponer en grandes cantidades desde septiembre. También por maximizar los mecanismos de ayudas (incrementando la capacidad de asistencia del FMI y del Banco Mundial) a los países emergentes para que puedan hacer frente a la actual debacle económica. Por último, canalizar sistemas de solidaridad para que el acuciante incremento de los precios de un bien básico como la comida no degenere en hambre y violencia.

Todos estaremos muy orgullosos si nos lo proponemos y lo ejecutamos.