¿Debemos asignar a políticos no electos responsabilidades políticas que deberían derivar de los políticos electos?

 

En una famosa conferencia de 1958 Isaiah Berlin distinguió entre libertad negativa, o aquella que conlleva la retirada de obstáculos e interferencias por los demás, a la libertad positiva, entendida como la libertad para forjar tu destino y controlar y moldear tu vida.

Los bancos centrales se gestaron para, de una u otra forma, controlar el suministro de “dinero” (base monetaria), con el objetivo de controlar la inflación y maximizar el nivel de empleo. En el caso de la FED, su fundación en 1913 incorporaba un tercer objetivo adicional: perseguir la estabilidad financiera. Mientras el patrón oro estuvo vigente la política monetaria se centraba en ajustar los tipos de interés en un nivel que asegurara que las reservas de oro se mantuvieran estables (si caían, el banco subía tipos, y viceversa). El progresivo abandono del patrón oro desde la primera guerra mundial provocó que las decisiones de los bancos centrales fueran especialmente relevantes para el devenir económico. La FED cometió importantes errores durante la gran depresión, errores que posiblemente alargaron e intensificaron la crisis. Durante la segunda guerra mundial, los bancos centrales ayudaron a sus gobiernos a financiar la conflagración, en general mediante políticas de tipos bajos ejecutada mediante el aumento de la base monetaria.

La FED en aquella época era un apéndice del Tesoro, cuya misión era maximizar ingresos para pagar el conflicto bélico. El banco central de EEUU solo logró una limitada autonomía en 1951 cuando automáticamente dejó de intervenir en la curva de tipos para así reducir el problema de la elevada inflación, pero siguió presentando bastante dependencia del poder político hasta la década de los 70. Desde entonces, el análisis académico probó que un banco central independiente generaba resultados mucho mejores para los ciudadanos, en forma de inflación más controlada, menor nivel de desempleo y tipos de interés más reducidos. En ese contexto no es de extrañar que muchos países avanzados confirieran independencia a las decisiones de la política monetaria. Aquellos que no han respetado esta máxima, como por ejemplo Turquía, han visto cómo la inflación se dispara, lo que a su vez ha empobrecido el país vía depreciación histórica de la divisa (un 80% abajo contra el dólar desde 2012).

Sin embargo, el intento de conseguir los objetivos que la ley marca a los bancos centrales ha podido generar efectos colaterales que hoy a todos nos preocupan. Por ejemplo, una política monetaria ultraexpansiva perseguida desde el estallido de la gran crisis financiera y especialmente desde la crisis Covid, ha podido ser clave para reducir los elevados niveles de desempleo, pero también han podido provocar fuertes aumentos de la desigualdad, al hacer subir intensamente los precios de los activos. En especial, el desplazamiento del ahorro hacia la vivienda ha provocado intensas subidas en muchos países (por ejemplo, en EEUU suben un 20%, en la OCDE de media un 9%, y en la zona euro, de media un 7%), hasta el punto de que se han multiplicado los problemas sociales asociados a la dificultad para alquilar o comprar casas.

Pues bien, por fortuna tenemos oficiales no electos que ejecutan política monetaria mejor que oficiales edulcorados por los políticos electos (como la FED de Arthur Burns en la época de Nixon). Sin embargo, recientemente se han multiplicado las voces exigiendo a los bancos centrales “que hagan más”. Entre otras, en el Reino Unido se les pide por mandato legal que actúe “contra el cambio climático” (objetivo cada vez más presente en el Banco Central Europeo), en Nueva Zelanda “que luche contra la subida excesiva del precio de las casas” y en EEUU “que la FED haga frente a las crecientes desigualdades”; de hecho, el gobernador Powell afirma seguir no solo la tasa de desempleo nacional, sino la tasa de desempleo por razas para tomar decisiones sobre política monetaria.

En este punto cabe preguntarse: ¿es factible perseguir múltiples objetivos a través de una única política monetaria?, ya que una misma decisión podrá ser útil en la consecución de un objetivo a costa de empeorar otro objetivo, y por otro lado ¿debemos asignar a políticos no electos responsabilidades políticas que deberían derivar de los políticos electos? Quizás para responder a esta segunda pregunta más de un lector se pregunte si la incapacidad manifiesta y continuada de mucho político electo para resolver problemas estructurales debería derivar la solución de un problema hacia la política monetaria, pero en este caso nos encontramos con un debate fundamental sobre la naturaleza de la democracia.

Siguiendo el pensamiento de Isaiah Berlin, los bancos centrales han disfrutado desde hace décadas de “libertad negativa”. Ahora las sociedades les encaminan hacia la “libertad positiva”. Deberíamos analizar los fundamentos y las consecuencias de tan histórica migración.