Como afirmó Martin Wolf, la teoría monetaria moderna ni era una teoría, ni era monetaria, ni era moderna. Se ha aplicado a lo largo de la historia con efectos desastrosos 

La escritura, y con ella la historia, aparece en la humanidad algo antes del año 3.000 antes de Cristo, en Sumeria, actual Irak.  Varios de los primeros escritos reflejan préstamos que emitía el Templo sumerio a campesinos para que estos pagaran impuestos al propio Templo.  La escritura supone una de las más importantes innovaciones tecnológicas de nuestra historia, y vino pareja a las finanzas, para el que piense que el “Fintech” es algo novedoso.

En dichas tablillas podemos observar los tipos de interés que el Templo cobraba a los campesinos (niveles superiores al 20%).  La escritura nos permite trazar los tipos de interés empleados por civilizaciones ulteriores, como la babilónica, la griega o la romana y así seguir durante la Edad Media (los templarios cobraban un 10%, definido en el siglo XIII por un obispo de Zaragoza como “la tarifa y costumbre del Temple”), la Edad Moderna (niveles más cercanos al 5%) y la Contemporánea, en la que se produjeron enormes oscilaciones, con niveles de intereses alrededor del 15% hacia 1980 y cercanos al 0% más recientemente.

La extraña situación creada tras la gran crisis financiera de 2008 vio confluir tipos de interés por parte de los bancos centrales en la zona del 0% o incluso negativos, además de una enorme expansión de los balances de los bancos centrales cercana a unos treinta billones de dólares, expansión que se tradujo en compras masivas de bonos que deprimieron los tipos de interés de largo plazo.  Fueron los años del “dinero barato”, años que no generaron apenas inflación por causas muy profundas y complejas.

En este contexto, aparecieron teorías como la “monetaria moderna” (en sus siglas en inglés, MMT) que defendían gastar sin freno dinero público, bajo la premisa de que no se produciría más inflación y por lo tanto bastaba financiar el déficit público con más compras por parte de los bancos centrales para así crear un mundo ilusoriamente “perfecto” en el que el gasto público arreglara los “defectos” de nuestra época.  Estas ideas estuvieron detrás de los enormes estímulos fiscales aprobados por EEUU durante el Covid y especialmente al principio de la administración Biden, y ha influido en diversos discursos políticos europeos que mantienen que no importa el déficit fiscal.  

En realidad, como afirmó Martin Wolf, la teoría monetaria moderna, ni era una teoría, ni era monetaria, ni era moderna.  Se ha aplicado a lo largo de la historia con efectos desastrosos.  Así, entre otros, la Roma de finales del siglo III de Diocleciano, la Francia de finales del siglo XIV de Felipe IV, la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII, la Alemania de la República de Weimar tras la primera guerra mundial, o los EEUU durante y tras la segunda guerra mundial.  En todos los casos, una expansión de déficit público desbocada financiada mediante acuñación de monedas sin respaldo de metal precioso, una impresión de billetes desaforada o la financiación directa por el banco central acabaron en fuertes niveles de inflación, inflación que sobre todo dañó a las clases más humildes.  Lo mismo ha ocurrido en los EEUU a fecha de hoy.  Por eso en un informe reciente el Institute of International Finance define a la MMT como una “ilusión”.  Quizás habría que redenominarla como “La ilusión fallida y probada de la falsa moneda”.

La tentación para el espacio político de tirar de una ilusión monetaria así, unida a mucho desconocimiento de la historia, es muy peligrosa.  No importa la tendencia política.  Así, el Partido Conservador británico de Lizz Truss se acopió indirectamente de esta teoría cuando anunció hace poco descabelladas bajadas de impuestos a la vez que fuertes expansiones de gasto público.  La “magia ilusoria” lo financiaría.  Solo que no fue así.  El mercado se negó a financiar tan irresponsables medidas, y esto conllevó la caída del gobierno y la marcha atrás de dichas ilusionantes e irrealistas políticas.

Las consecuencias de estos años tan estrambóticos serán profundas.  Los excesos en deuda pública (en parte entendibles en un contexto de gran recesión y posteriormente de crisis sanitaria) habrán de afrontarse con una mezcla de mayor austeridad e inflación futuras, y con unos años en los que afrontaremos niveles de tipos de interés más elevados de los naturales.  

La traducción es haber durante un tiempo por encima de nuestras posibilidades, y que ese sobre coste lo afronten generaciones futuras.  Adam Smith ligaba la economía a la moral.  Aunque su obra más conocida sea “La riqueza de las naciones” también es importante recordar que publicó el ingente libro “Teoría de los sentimientos morales”, porque él no concebía una sin la otra: lo contrario de lo que hemos hecho los últimos años.

La historia, y cierto sentido de moralidad, nos deberían hacer reflexionar sobre las ilusiones vividas los últimos años y sus formidables repercusiones.  Dicen que “la historia no se repite, pero rima”.  La antiquísima “teoría monetaria moderna” está muerta, aunque todos la pagaremos.