Observando estos días cómo son destruidas o dañadas estatuas de sumamente incorrectos en una nueva hoguera savonaroliana, he reflexionado sobre la coherencia de dichos actos

En 1497, el monje Girolamo Savonarola, a la sazón máximo dirigente de la rica ciudad de Florencia (nombró ‘Rey’ de tan hermosa villa a Jesucristo), ordenó apilar en la plaza central de su ciudad, frente a la Signoria, toda clase de artículos de ‘lujo’, incluyendo libros, ropas, espejos e instrumentos musicales. Acto seguido, mandó quemarlos. Este acto se conoce en la historia como ‘la hoguera de las vanidades‘, y dio título al libro homónimo de Tom Wolfe sobre la vida de Sherman McCoy, bróker de bonos en Wall Street.

Observando estos días cómo son destruidas o dañadas estatuas de sumamente incorrectos personajes como Cristóbal Colón o Winston Churchill en una nueva hoguera savonaroliana, he reflexionado sobre la coherencia de dichos actos. Si caen estatuas ‘incorrectas’, ¿no deberíamos extender dicho movimiento al conjunto de nuestros símbolos?

¡Hagamos una nueva ‘hoguera de las incorrecciones’!

Empecemos a reescribir el mapamundi. Por ejemplo, los EEUU deberían cambiar el nombre a su capital, así como al estado homónimo, ya que el general Washington fue un importante poseedor de esclavos. Colombia quizá debería volver a su antiguo nombre (virreinato de Nueva Granada), que, aunque colonial y explotadoramente incorrecto, lo es menos que el nombre del nefando marinero genovés Columbus, y por coherencia, el continente América (que afecta a la ‘a’ de USA) también, ya que Americo Vespucio contribuyó con sus actos (menos importantes que su reconocimiento) a facilitar la difusión de malévolos europeos en tan ‘pacífico’ e ‘idílico’ continente precolombino. De paso, la Universidad de Yale ha de cambiar su nombre, ya que su primigenio financiador, Elihu Yale, se lucró del tráfico de esclavos.

Rusia debería cambiar el título de su país, ya que ‘Rus’ hace referencia despectiva a los ‘extraños’ y belicosos invasores nórdicos que fundaron el primer protoestado ruso, el principado de Novgorod. Lo mismo cabría aplicarse a Francia y a Alemania, que reciben sus nombres de las tribus bárbaras de los francos y de los alamanes, hordas violentas totalmente incorrectas que tuvieron a mal sojuzgar a los pacíficos ciudadanos del Imperio, tirando por la borda la ‘pax romana’. París: fuera. Hace referencia al nombre del cobarde asesino de Aquiles, que además se dedicaba a raptar a las mujeres de otros; que se vuelva a llamar Lutecia, como en Astérix. Roma: también fuera. Hace referencia a un fratricida indigno. Por extensión, Rumanía debería volver a su anterior nombre, Dacia, ya que no se puede honrar con el nombre de un país a las legiones invasoras, máxime cuando provienen del asesino Rómulo; de paso, que se carguen la columna trajana que conmemora en el centro de Roma dicha violenta invasión y por supuesto el Coliseo, macabro monumento a un juego en el que los esclavos peleaban con fieras. Europa debería también redenominarse: es una palabra acuñada por un ‘inglés’ (Beda el Venerable) y además hace referencia a una violación. El problema es que su anterior término, Cristiandad, no sé si será políticamente correcto. 

Irán volverá a llamarse Persia, no se puede tener un nombre que hace referencia a la ‘tierra de los arios’. Filipinas, tan bien regida por Duterte, y sin apenas problemas, ya ha anunciado un referéndum para cambiar de nombre, ya que hace referencia al nefando rey de España Felipe II, y ya puestos, China debería cambiar el título de su moneda, el yuan, ya que coincide con el nombre de la dinastía de los salvajes conquistadores mongoles que asolaron el Imperio chino en el siglo XIV.

Nuestra nación salva su nombre, ya que España hace referencia a la abundancia de simpáticos conejitos en nuestra piel de toro. Sin embargo, debemos eliminar de nuestro escudo la granada, símbolo de la terrible reconquista que provocó la ‘sumisión’ de tantos pueblos. Y por supuesto, el lema ‘Plus Ultra‘, que rige en las columnas de Hércules, fuera: hace referencia al devastador descubrimiento de América. Cataluña debería ir pensando en cambiar de patrón, ya que San Jorge, que al parecer era turco, cometió un acto horrible: fue un maltratador de animales, ya que ‘asesinó’ con su lanza a un inocente dragoncillo. También se van los nombres de León, Cartagena y Mahón. El primero hace referencia al invasor romano (la legión que estaba allí asentada), el segundo al incorrecto invasor proveniente de Cartago, y el tercero al hermano del guerrerísimo conquistador Aníbal. Fuera. No queremos homenajes a los violentos.

Con todo, también tenemos que considerar las dimensiones metahistóricas de los mitos. Obviamente, la hoguera ha de orientarse al planetario. ¿Cómo podemos honrar a nuestro vecino planeta Martecon el título de un dios que se dedica a la asquerosa guerra? Fuera. Y por coherencia, deberíamos cambiar de nombre al día martes. Por cierto, los también incorrectos aficionados a los toros deberán de dejar de cantar la letra del pasodoble “Marcial eres el más grande…”, que hace de nuevo referencia a tan execrado dios. A partir de ahora, corearemos en las plazas: “Paz, eres la más grande…”. Júpiter también ha de cambiar, porque, aparte de hacer referencia a un adúltero compulsivo, tuvo la poca delicadeza de matar a su padre. Por lo tanto, el día jueves también queda abolido. Saturno fuera: el muy salvaje se comía a sus hijos, y por si fuera poco tuvo aún menos delicadeza al castrar a su padre con una hoz; dúctil parricida execrable. De paso, los ingleses también cambiarán el nombre al terrible sexto día de su semana.

Los planetas nos llevan obviamente al calendario. Marzo, por coherencia, ha de cambiar de nombre, ya que proviene de Marte, y con él se van julio y agosto, que hacen referencia a Julio César y a Augusto, dos famosos dictadores, y lo que es peor: poseedores de amplias masas de esclavos. Sugiero cambiarlos por los meses homónimos del calendario de los revolucionarios franceses: ventoso, mesidor y termidor. Así honramos la memoria de tan pacíficos franceses. Y ya puestos, procedamos coherentemente a abolir nuestro calendario, que lleva el nombre de un Papa, fue ideado por un matemático jesuita, anteriormente llevaba el nombre del horrendo Julio César y además hace referencia no integradora a Cristo. Propongo renombrarlo sobre eras a partir de la australopiteca Lucy, anticipatoriamente glosada por los Beatles, y que une a los humanos en armonía inclusiva.

Hasta el mundo de la tecnología debería hacérselo mirar. ¿Cómo nos atrevemos a llamar a una máquina robot? Significa ‘esclavo’ en checo… No podemos perpetuar tan ignominiosos vocablos, aunque sea para denominar una cosa, que tiene sus derechos, faltaría más. La propia palabra ‘esclavo‘ ha de buscar un sustituto, porque hace referencia a ‘eslavo’, geografía predilecta de los traficantes de la Baja Edad Media para raptar seres humanos y venderlos por el norte de África, muchos de ellos castrados.

Pues si queremos coherencia, ahí la tenemos. La historia es la historia, lo queramos o no, y el olvidarla o ignorarla no augura nada bueno.

John Stuart Mill, en ‘Sobre la libertad’, escrito a mediados del siglo XIX, nos avisó de que cuando creamos vivir en un país con libertad económica, de prensa, política, judicial… no debemos pensar que somos genuinamente libres: avisaba de que a futuro podríamos ser rehenes de una forma muy peligrosa de libertad, la corrección política.

Se trata por lo tanto, amigos, de debatir libremente, y hay que hacerlo, ya que el debate sobre la corrección política es la otra cara de la moneda del debate sobre nuestra libertad.

PD. Los florentinos acabaron hartos de Savonarola, que aparte de un lunático era un homófobo. Fue juzgado, condenado y quemado vivo en el mismo sitio donde el año anterior había erigido su ‘hoguera de las vanidades’. DEP.