La sensibilidad asociada a la desigualdad provoca que su tratamiento mediático y político se realice muchas veces sobre datos sesgados, a veces estridentes

El redactor de la declaración de independencia de los EEUU, Thomas Jefferson, escribió en 1813 en una carta a John Adams: “Hay que distinguir dos tipos de aristocracia: una artificial, cimentada en la riqueza y el nacimiento, y otra natural, enraizada en la virtud y el talento”.

La desigualdad es un fenómeno que azuza el debate de las sociedades desde hace milenios. Y posiblemente esto se deba a la relación que puede existir entre la desigualdad y las dos ‘aristocracias’ que definía Adams. En mi opinión, la sensibilidad asociada a la desigualdad provoca que su tratamiento mediático y político se realice muchas veces sobre datos sesgados, a veces estridentes. En cualquier caso, observemos algún aspecto básico sobre la desigualdad para luego posicionarnos sobre por qué un aspecto de la misma puede empeorar más.

Primero, hay que distinguir entre desigualdad de ingresos y desigualdad de riqueza. Una de las formas de medir la desigualdad es el famoso índice de Gini, llamado así en honor a su inventor, el economista italiano Conrado Gini. Si se analiza la desigualdad de riqueza, un 0 implicaría que todo el mundo tiene exactamente la misma riqueza, y un 1 que una persona tiene toda la riqueza de un país y el resto nada de nada (a veces, se ajusta el indicador con dos dígitos señalando valores entre 0 y 100). Lo mismo ocurre aplicado a los ingresos. Más o menos podemos afirmar que los indicadores de Gini sobre riqueza oscilan en muchos países entre 0,6 y 0,8, y los Gini de ingresos, entre 0,25 y 0,45. En otras palabras: hay mucha más desigualdad de riqueza que de ingresos.

Segundo, la desigualdad de ingresos puede medirse antes o después de impuestos y de transferencias sociales (subsidios como el desempleo). En general, los indicadores de Gini apropiados son tras los ajustes de impuestos y subsidios. Así, los Gini de muchos países varían bastante en función de si se miran con o sin el ajuste. Muchos países de la Unión Europea poseen indicadores de desigualdad inferiores a 0,3, España se sitúa en 0,35, los EEUU por encima de 0,4 y China, que es una dictadura comunista, tiene paradójicamente un Gini de 0,39.

Tercero, las diferentes formas de analizar la desigualdad confirman que en general esta ha empeorado desde mediados de los años setenta. Los motivos son muy complejos. Entre otros: i) la llegada masiva de ‘baby boomers‘ al mercado laboral en la década de los setenta, ii) la pérdida de poder relativo de los trabajadores en la industria cuando se aceleró la mecanización del trabajo, iii) el aumento de las dispersiones de salarios provocado por la cuarta Revolución industrial, que discrimina en función de las capacidades de cada trabajador, iv) el desarrollo de grandes urbes que acaban concentrando los trabajos mejor pagados desplazando hacia fuera a la población no universitaria, v) la mayor concentración empresarial y vi) la introducción de China y muchas economías emergentes en las líneas de suministro globales, fenómeno que redujo aún más el poder negociador de los empleados.

Por lo tanto, hablamos de unas causas complejas para un fenómeno complejo: el aumento de la desigualdad. Los políticos populistas, que se definen por plantear soluciones sencillas a problemas complejos, proponen muchas veces medidas milagrosas para hacer frente a la percibida lacra, como por ejemplo prometer un muro en Texas como solución milagrosa. Engañan así a los votantes y a sí mismos, y cuando tocan el poder, obviamente fracasan en sus resultados.

Es posible que fenómenos también complejos asociados a la demografíacomiencen a mostrar una menor desigualdad de ingresos. Los dos motivos principales son el hecho de que la generación de ‘baby boomers’ está jubilándose masivamente, y que la catastrófica natalidad provoca que cada vez menos jóvenes entren en la población activa, y no reemplazan al superior número que se jubila. Por lo tanto, a menor oferta de trabajo puede que mejore el poder negociador del trabajador frente a la empresa. El segundo motivo está asociado a que una eventual relocalización parcial de parte de la capacidad productiva trasladada al extranjero se traduciría de nuevo en una mejora de posición relativa del trabajador para negociar su salario.

Con todo, lo que me preocupa es la desigualdad de riqueza, que como he expuesto está en niveles mucho ‘peores’ que la de ingresos y que además estimo que tendrá una evolución no muy halagüeña. El principal motivo es que los bancos centrales llevan a cabo políticas monetarias ultraexpansivas con intensidades nunca vistas hasta ahora. Por ejemplo, el balance de la Fed en proporción al PIB es ya casi el doble que el desplegado durante la Segunda Guerra Mundial (35% vs. 20%), y en el caso de la zona euro el balance del BCE-Eurosistema se aproxima a un nivel el doble del de los EEUU (70% y creciendo). Esta política monetaria es necesaria para reactivar las economías, y se traduce en menor desempleo, algo positivo para reducir la desigualdad de ingresos; sin embargo, el efecto que provoca es que sube el valor de acciones, bonos y casas, y por lo tanto se beneficia el que tiene activos frente al que no los tiene: aumenta la desigualdad de riqueza.

Las casas requieren especial mención, ya que en muchas ocasiones representan entre uno y dos tercios de la riqueza de las familias. La política monetaria desplaza el ahorro hacia las casas, por eso suben un 19% en EEUU, un 22% en Nueva Zelanda, un 11% en el Reino Unido, un 9% en Alemania, un 7% en los países de la OCDE y un 5% en la zona euro. Aumenta así la desigualdad entre quienes tienen casas (en general, personas de más de 40 años) y los que no (los jóvenes). En mi opinión, como la política monetaria seguirá siendo expansiva de una u otra forma durante muchos años, este fenómeno de carestía de la vivienda continuará, lo que agravará las desigualdades de riqueza.

Un proverbio francés dice que hay dos momentos en la vida para hacerse rico: cuando se nace y cuando se contrae matrimonio. En el fondo, se está refiriendo al primer tipo de aristocracia según la definición de Jefferson. Churchill, a su vez, afirmaba que el mayor defecto del capitalismo es la desigual distribución de bendiciones, y la mayor virtud del comunismo es el reparto igualitario de la miseria. Con independencia de una u otra visión, la historia nos enseña que la falta de cohesión de una sociedad está ligada muchas veces a niveles muy elevados de desigualdad de riqueza. Esta se ha acelerado por un fenómeno necesario, la política monetaria. Corresponde ahora a todos nosotros analizar sus efectos y contemplar posibles soluciones.