Un viejo dicho de mercados financieros afirma que no se puede resolver un problema de deuda añadiendo más deuda… Si los mercados tienen razón, los retos que supone analizar el futuro de los mercados con un liderazgo ejecutivo y legislativo en los EEUU compartido por demócratas y republicanos son contundentes.

La primera reflexión es que no se ha producido el fenómeno llamado “marea azul” (blue wave) que dibujaba una mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y en el Senado, así como una victoria abrumadora en la Presidencia.  Una marea azul se hubiera traducido en la aprobación rápida del estímulo fiscal de 3,9 billones (españoles) de dólares que planteaba el programa de Biden, aproximadamente la mitad en inversiones “verdes”.  La consecuencia de la implementación de dicho plan hubiera sido una mayor debilidad del bono norteamericano (más oferta de bonos a misma demanda), con lo que hubieran subido los tipos de interés de la curva y una mayor inclinación de la curva de tipos (porque el Tesoro de los EEUU subasta letras y bonos de mayor duración de la que compra la FED).  El que no se haya producido una marea azul implica que estas tendencias se materializarán con mayor suavidad según se pacte un estímulo fiscal menor al programado.  Por lo tanto, hablamos de depreciación gradual del dólar, subida moderada de los tipos a largo, y algo de más inclinación (steepening) de la curva de tipos norteamericana.  En cualquier caso, los movimientos más o menos violentos en la curva de tipos de los EEUU afectarán a los mercados de todo el mundo, al ser el dólar la divisa de reserva mundial y los mercados de valores norteamericanos los más líquidos y los referentes para el resto.  

La segunda implicación es que la victoria de Biden en estados como Pensilvania, Michigan o Wisconsin limita la capacidad de Trump para arroparse de fantasmagóricas conspiraciones que le “roban” la presidencia.  La traducción de esto en mercados es que la enorme volatilidad que estaban descontando los derivados sobre el movimiento de la bolsa en el mes de noviembre ante un escenario de empate técnico no se ha manifestado, como tampoco los incidentes.  En otras palabras: no hablamos de crisis constitucional, y por lo tanto los movimientos inherentes a las bolsas, movimientos en los que se basa la volatilidad, están siendo menores de lo previsto, algo que es bueno.  Por eso el índice de volatilidad de la bolsa norteamericana, el VIX, ha caído un tercio estos días.

La tercera consecuencia del resultado de las elecciones es que el menor déficit fiscal del estimado apuntado en el primer párrafo explica que la rentabilidad del bono a diez años haya bajado unos diez puntos básicos.  Como las acciones se valoran descontando infinitos flujos de caja a una tasa de descuento que comienza con la rentabilidad del bono a diez años, la bajada de este supone un empuje para la renta variable.  Dentro de la bolsa, los sectores más sensibles a bajadas de tipos, los que se denominan “de larga duración” se benefician más que los menos sensibles.  Por eso las tecnológicas suben más que otros sectores más dependientes del ciclo de corto plazo.  Además, el previsible control republicano del Senado dificultará las subidas de impuestos a empresas, así como las regulaciones más estridentes a tecnológicas, farmacéuticas, energéticas o bancos.  No es de extrañar en este contexto que la bolsa haya subido estos días y es previsible que lo siga haciendo: los años en los que convive un Presidente de un color con un Congreso de otro suelen ser años de mejor comportamiento del índice bursátil norteamericano.

La cuarta implicación reverbera sobre los mercados de divisas internacionales.  Corresponde al Congreso (Senado y Cámara) fijar acuerdos comerciales, salvo en los casos de “seguridad nacional” según una disposición de los años 70, momento en el cual la atribución pasa al Presidente.  Trump ha abusado de esta interpretación, aduciendo “seguridad nacional” para imponer unilateralmente aranceles a un elenco variopinto de países.  Es de esperar que una presidencia de Biden modere dicho abuso de ley, aunque mantenga una férrea rivalidad a China, en línea con lo que solicita la opinión pública.  Sin embargo, lo razonable es que amenazas sobre países que los EEUU tradicionalmente consideraba “amigos” como Europa no se materialicen.  Esto se debería reflejar en apreciaciones relativas y progresivas del euro.  Es cierto que este nuevo ambiente pude ser favorecedor de otras divisas de países “amigos” como México (peso), o Corea del Sur (won), pero para eso deberemos observar lo bien o mal que gestionan dichas naciones el covid.  En sentido contrario, las divisas de países que podrían ver sus economías sometidas a más sanciones consecuencia de sus acciones percibidas como contrarias a los EEUU, como Rusia o Turquía presentarán intensas debilidades.  Rusia, país rico en recursos minerales, podrá hacer frente a la situación a costa de crecer menos.  Turquía, que presenta enormes desequilibrios en su saldo de cuenta corriente y afronta importantes vencimientos de deuda en dólares los próximos años, se asoma a un futuro sombrío.

Nixon ordenó eliminar la relación entre el dólar y el oro “provisionalmente” en verano de 1971.  Entonces una onza valía 35 dólares, frente a unos 1.900 hoy.  El ministro francés de economía se quejó a su homólogo de los EEUU, a lo que este le contestó “el dólar es nuestra divisa, pero su problema”.

Pues volvemos a estar ahí.