Desde hace años, la corrección política ha cargado contra la libertad de expresión y está empeorando

En su célebre tratado “Sobre la libertad” John Stuart Mill comenta cómo la Iglesia Católica (según este autor, la institución más retrógrada con una vida continuada en el tiempo) se dota siempre de un “abogado del diablo” de forma que cuando analiza una causa para una canonización busca señalar las sombras de cualquier candidato, con el objetivo de contrastarlas con las luces e intentar así tomar la mejor decisión. Mill expone este ejemplo para posteriormente avisar del riesgo que se corre cuando se amenaza la libertad de expresión en una sociedad.  En la obra, el autor defiende que, aunque vivamos en una sociedad “libre” porque se disfrute de democracia, libertad de reunión o de independencia del poder judicial, la libertad de expresión no está siempre asegurada ya que ésta se ve siempre amenazada por la más constante de sus enemigas: la corrección política. No está mal para haberlo publicado en 1859. 

Desde hace unos años, la corrección política ha vuelto a lanzar todo su peso contra la libertad de expresión. Comenzó en muchas universidades de los EEUU (la universidad es paradójicamente la cuna del pensamiento libre, o debería serlo), en las que se popularizaron acciones como “cancelar” a personas no correctas políticamente, evitando sus discursos, despedir a docentes por haber afirmado ideas incorrectas, aunque sean verdad, crear zonas (mal llamadas “safe”) en las que directamente se prohíbe afirmar ideas “incorrectas”, o inculcar un terror inquisitorial (las denuncias son muchas veces anónimas y las procesan burócratas universitarios) mediante acusaciones de “micro agresión”.

La Universidad de Chicago, paladín de muchas ideas liberales, emitió hace pocos años un famoso manifiesto en defensa de la libertad de expresión, afirmando que “la educación no debe ser concebida para que la gente se sienta cómoda, sino para que la gente piense”, y también que “no es el papel propio de la Universidad el intentar cohibir a individuos el expresar ideas y opiniones que se consideran ofensivas, el papel fundamental de la Universidad estriba en el principio de que el debate no puede ser suprimido por el hecho de que las ideas expresadas se consideren ofensivas, inmorales o incorrectas, eso depende del juicio individual de cada miembro de la Universidad, no de la Universidad como institución, de lo que se deduce que no se puede suprimir la libertad de expresión, sino sólo rebatir las ideas con las que uno no está de acuerdo”. *

Sin embargo, la situación ha empeorado, hasta el punto de que recientemente más de 100 académicos de Harvard, entre los que se encuentra Steven Pinker (otra de las víctimas de la corrección), emitieron un comunicado exponiendo el riesgo que corre la libertad de expresión ante las amenazas de los “iliberales” de ambos espectros políticos.

Recientemente, un juez del Tribunal Supremo de los EEUU con un historial en contra del aborto fue “cancelado” en una prestigiosa universidad de California, impidiéndosele dar su discurso ante el vocifero de los “correctos” y ante la actitud genuflexa de la decana “de igualdad e inclusión”. En su corrección, algún estudiante espetó al juez: “¡ojalá violen a tu hija!”. Por desgracia, la corrección y su inherente merma de libertad de expresión van a más. De las universidades se pasó a los medios, y de los EEUU, a Europa.  

Si reflexionamos, la libertad de expresión es la cuna en la que descansa nuestra prosperidad y también nuestra felicidad. La génesis de la civilización occidental está íntimamente ligada a la libertad de expresión. El pensamiento crítico que desde el siglo XIII se cultiva en las universidades, y la proliferación de ideas asociadas al desarrollo de la imprenta en el siglo XV son clave para entender el posterior desarrollo del método científico, quizás la mayor aportación de Europa al mundo. Gracias a él sabemos cómo perseguir la verdad y hacerla progresar. Por eso la civilización occidental ha podido desarrollar como ninguna la ciencia y la tecnología, en conjunción con la democracia, hasta un punto de conferir elevadas dosis de prosperidad y felicidad. De ahí que si la libertad de expresión se ve amenazada es nuestro deber cívico defenderla en el combate de ideas. Como afirmó Edmund Burke: “Lo único que requiere el mal para prevalecer es que los hombres buenos no hagan nada”.

“La cura a ideas objetables se basa en la discusión abierta, no en la prohibición”, afirmó un académico norteamericano en 1932 para defender el derecho de los comunistas a exponer sus ideas en el campus. En el fondo, lo que subyace en dicho conflicto entre libertad de expresión y corrección política, es un drama demasiado humano: el hecho de que los supuestos defensores de la diversidad en realidad no toleran la diversidad de pensamiento.  

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* http://www.law.uchicago.edu/news/free-speech-campus-report-university-faculty-committee