Tras el COVID-19, el teletrabajo puro no se impondrá con relevancia y triunfará el trabajo híbrido.

Cuenta Tucídides que durante el peor momento de la peste que asoló Atenas en el siglo V, que acabó con casi la mitad de la población, muchas personas perdieron cualquier respeto a la ley o a la religión y pasaron a comportarse como si el mundo estuviera a punto de terminar.  “Los hombres hacían lo que querían, se atrevían a realizar en público cualquier acto que en el pasado solo se hacía en privado, ya que observaban el rápido cambio que ocurría en aquellos que una vez fueron pudientes y que ahora rápidamente se demacraban” (Historia de las Guerras del Peloponeso).  Se reintrodujo la poligamia, se ocupaban bienes de fallecidos ante el convencimiento que la muerte en cualquier caso igualaría a todos; salvo excepciones, se abandonaba a los enfermos a su suerte y se incrementó el odio hacia lo extranjero.  Curiosamente, los episodios sobre el comportamiento humano en otras pandemias, como durante la peste negra, no difieren mucho de los relatados por el gran historiador griego.  Por ejemplo, se ha expuesto cómo la xenofobia aumentó en Alemania tras la gripe “española”, algo que explotó el partido nazi, de forma que las poblaciones más castigadas por la gripe presentaron más tarde mucho más apoyo electoral al partido nazi.  Sin embargo, tras la peste de Atenas tuvo lugar el gran apogeo cultural de la Hélade, tras la peste negra, el gran renacimiento urbano y económico de Europa, y tras la peste española, los alegres años veinte. 

La introducción de varias vacunas durante 2021, unido al cada vez más relevante porcentaje de personas que hemos pasado la enfermedad, provocarán que este año marque un antes y un después en la gran crisis sanitaria.  Corresponde en mi opinión comenzar a debatir cómo será el mundo post covid: ¿Qué cambios estructurales se avecinan?

Primero, creo que la histórica y necesaria respuesta fiscal y monetaria llevada a cabo durante la pandemia, sólo comparable a la que se llevó a cabo durante la segunda guerra mundial, provocará un efecto parecido: más inflación.  Por ejemplo, los EEUU vivieron un 6% de inflación anual entre 1945 y 1951. Es cierto que nuestras sociedades envejecidas crecen menos y son menos propensas al gasto que la generación de la guerra, que además los bancos centrales aún disponen de cierta autonomía, algo que no ocurría en 1945 y que además no se ha destruido parte de la producción industrial, algo que limita la oferta.  Por eso creo que una vez se normalice la actividad económica durante 2022 observaremos tasas crecientes de inflación, que será tolerada en la banda de entre el 2% y el 3%.  Como la deuda pública se mide en relación al PIB nominal, y este crece entre otros factores por la inflación, si se tolera esta banda durante unos años se ayudará a que los Estados reduzcan sus enormes endeudamientos a costa del ahorrador.  Justo como ocurrió tras la segunda guerra mundial (tabla inferior).

Segundo, en mi opinión, el teletrabajo puro no se impondrá con relevancia, y triunfará el trabajo híbrido.  Si pudiéramos realizar nuestras tareas desde un pueblo pequeño entonces nuestros salarios se ajustarían en relación a nuestro nuevo coste de vida.  Además, una vez que teletrabajamos, pasamos a competir contra una fuerza laboral mundial.  Si podemos teletrabajar desde, por ejemplo, Burgo de Osma, ¿por qué no podemos ser substituidos por un teletrabajador en Montevideo a un coste inferior?  Por último, nuestro sueldo y el beneficio empresarial al final depende entre otros factores de la productividad.  ¿Seremos más productivos con el teletrabajo puro? La historia nos enseña que no.  Combinaremos el trabajo presencial unos días a la semana con el remoto, lo que no disminuirá el auge de las grandes ciudades, nos guste o no.

Tercero, aunque se producirán relevantes cambios en las líneas globales de suministro, no observaremos una vuelta masiva de actividad fabril a los países occidentales desde los emergentes.  Las diferencias en costes laborales siguen siendo significativas.  Se reorganizarán cadenas para no depender de un solo país (China) pero las relocalizaciones serán limitadas.  Con todo, algo de relocalización, más las jubilaciones masivas de baby boomers otorgará mayor poder negociador al empleado frente al empleador, por primera vez desde los años 70.  La consecuencia será una mayor presión en costes laborales, lo que a su vez se puede traducir en mayor inflación y/o en menores márgenes empresariales, en función de lo rápido que avance la automatización y del nivel de concentración empresarial.

En cualquier caso, a pesar de los cambios estructurales, mi apuesta es que volveremos a la normalidad antes de lo que imaginamos.  Un buen ejercicio consiste en leer periódicos del año 19.  De 1919, no de 2019.  En ellos se pronosticaba, entre otros, el fin de los teatros, de las oficinas, de las ciudades y del turismo.

Pues así estamos.