No es de extrañar que una mayoría de los británicos ensalcen el “Bregret”, ya que se arrepienten de la decisión tomada en 2016

En el libro “El poder de la destrucción creativa”, sus autores (Aghion, Antonin y Bunel) advierten del riesgo de pronosticar crecimientos económicos pasados hacia el futuro: “Estas cosas no se pueden medir con una línea recta de un gráfico. Me explico: si en el siglo XIX se hubiera tomado como referente la línea de crecimiento, entonces la capital más poderosa del mundo habría sido Buenos Aires, porque en 1890 Argentina era muy rica, algo que ya no era en 1990”. Entre medias, un país se topa con el populismo (el imperio romano del siglo III es otro ejemplo, o la España que aclamó en 1815 al inefable Fernando VII). Con el populismo, las supuestas progresiones se quiebran y quiebran.

En nuestra columna de hace un mes exponíamos cómo la investigación académica (“Populist Leaders and the Economy”, Universidades de Bonn y de Colonia, 2020) mostraba que los gobiernos populistas producían los siguientes efectos: a) no mejoraban la desigualdad, b) empeoraban tras quince años la progresión de la renta per capita un 10% frente a un contrafactual no populista, c) generaban los mismos resultados (o anti resultados) con independencia de si se trataba de un gobierno populista de derechas o de izquierdas, y d) tendían a durar cinco-seis años, frente a tres de un gobierno convencional.

Analizando el “populismo de derechas” contemplemos estas consideraciones sobre un ejemplo concreto: la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, tomada tras un referéndum ajustado en 2016.  

Los británicos afrontaban entonces y ahora intensos problemas enraizados en muchas sociedades, tales como: mayor desigualdad geográfica favoreciendo a la capital frente al resto de las poblaciones, mayor desigualdad de ingresos y mayor desigualdad de riqueza; estos problemas presentan causas y soluciones muy complejas asociadas a la cuarta revolución industrial.  Sin embargo, la población fue llamada a las urnas con un llamamiento inequívoco por parte de los partidarios del “Brexit”: los problemas se “solucionaban mágicamente” con una sencilla decisión: salir de la Unión Europea, causante de todos los males.

Observemos los resultados transcurridos unos años (los puntos 1, 2, 4, y 5, fueron señalados por el articulista del FT Chris Giles el pasado 30 de noviembre):

Primero: los salarios reales (netos de inflación) han caído de una forma relevante, pasando de un crecimiento del 2,5% anterior al Brexit a una disminución en torno al -0,5% en 2017-18 (caída de un 3%), según la Resolution Foundation: en otras palabras, los británicos se han empobrecido en 870 libras por hogar, netas de inflación (gráfico inferior). Además, la productividad ha ralentizado su ya mediocre crecimiento, comportándose peor que la de otros países avanzados. La consecuencia, según la Office of Budget Responsibility (equivalente a nuestra AIREF) es que la economía se comportará un 4% peor que si no se hubiera producido el Brexit (diferentes estudios sitúan el “daño” a largo plazo entre el 2% y el 10% del PIB).

Segundo: la libra esterlina ha perdido desde el referéndum un 12% de su valor frente a una cesta de divisas de países que comercian con el Reino Unido (la depreciación frente al dólar ha sido de un 19%). Este factor ha generado más inflación en el Reino Unido que en sus competidores, lastrando su competitividad. Y por aquello de que a británicos y a alemanes les gusta compararse, el diferencial entre el tamaño del PIB de Alemania y el Reino Unido no se ha reducido: se ha ensanchado un 5% de PIB desde el Brexit.

Tercero: el peso del Estado, medido como gastos sobre PIB, ha subido un 5%, a pesar de gobiernos teóricamente conservadores que habían prometido lo contrario.

Cuarto: el comercio del Reino Unido con el resto del mundo, medido como exportaciones sobre PIB, se ha reducido un 1%, frente a promesas de una “Gran Bretaña global” que iba a comerciar más, no menos.

Quinto: las inversiones de las empresas medidas en % de PIB se han reducido al afrontar mayores costes de capital, en contra de la promesa de que la ruptura de ligazones con Europa permitiría mayor flexibilidad y dinamismo al sector empresarial. Una menor inversión redunda en un menor crecimiento.

Sexto: París ha superado a Londres como principal mercado bursátil en capitalización.

Séptimo: la inmigración, lejos de controlarse, se ha disparado: si llegaban unos 300.000 inmigrantes netos al Reino Unido antes del Brexit, en su mayor parte europeos, ahora llegan casi el doble (en bruto, 1,1 millones de inmigrantes frente a 600.000 antes del Brexit), en su mayor parte no europeos, frente a la promesa de “volver a controlar nuestras fronteras”.

Vista la situación no es de extrañar que una mayoría de los británicos hoy en día ensalcen el “Bregret”, ya que un 55% se arrepienten (“regret”) de la decisión tomada (fuente, YouGov, citada por Bloomberg el 28 de noviembre). Pero es demasiado tarde: el daño del populismo ya está hecho, y como siempre, el empobrecimiento generado afectará sobre todo a los más humildes. Paradójicamente, la gestión de este desastre conllevará posiblemente que los conservadores sean derrotados a manos de los laboristas en las próximas elecciones generales, y que a medio plazo un gobierno laborista, aunque no considere formalmente una nueva adhesión a la UE sí plantee volver a pedir el ingreso del Reino Unido en el mercado único, para así reducir los intensos males económicos provocados por el Brexit.

Dice Aristóteles que “la mentira gana partidas, pero la verdad gana el juego”. Está en nuestras manos conocer y difundir la verdad para que el populismo gane cada vez menos partidas y acabe perdiendo el juego.