En los últimos 70 años, no solo nos hemos beneficiado de importantes crecimientos económicos sino que lo hemos hecho reduciendo nuestras jornadas laborales

Hasta 1750 (primera Revolución Industrial), la renta per cápita del mundo se duplicaba cada 6.000 años. Desde entonces, lo hace cada 50. Se calcula que a la muerte de Napoleón (1821), más del 90% de la población mundial vivía en extrema pobreza. Hoy en día, la proporción es inferior a un 10% (definiendo pobreza extrema según los criterios del banco mundial, como una renta per cápita inferior a dos dólares al día). Quedan unos 734 millones de personas en pobreza extrema (frente a 1.900 millones en el año 1990), y aproximadamente salen de esta situación entre 30 y 40 millones de personas al año (gracias a la tan denostada globalización).

Afirmábamos en una columna reciente que existían dos formas de crearcrecimiento económico: número de horas trabajadas y productividad por hora trabajada. Si nos ateníamos al primer factor, a una jornada laboral constante, exponíamos cómo la demografía representaba el factor estructural que explicaba la mayor o menor capacidad de generar crecimiento, y que el envejecimiento de la población —por recientemente su decrecimiento no solo en los países occidentales sino también en China— estaba provocando caídas de la población dispuesta a trabajar (activa), de lo que se deducía que los crecimientos asociados a este factor serían negativos, de lo que resultaban menores crecimientos económicos y por lo tanto también de tipos de interés.

Con todo, en los últimos 70 años (en los que sí crecía la demografía), no solo nos hemos beneficiado de importantes crecimientos económicos sino que lo hemos hecho reduciendo nuestras jornadas laborales. Así, por ejemplo, un francés trabajaba 2.200 horas al año en los años cincuenta… Hoy trabaja tan solo unas 1.300 horas (un español, 1.700, según datos de la OCDE). En otras palabras, hemos conseguido crecer para mejorar los estándares de vida de cada persona (cuyo número aumentaba en este periodo) a la par que hemos trabajado menos horas y hemos mejorado la renta per cápita. La receta es la misma por la que el mundo ha conseguido disparar sus estándares de vida desde 1750.

En el segundo factor: la productividad. La productividad “no lo es todo, pero, a largo plazo, lo es casi todo”.

Si la productividad por hora trabajada sube, entonces se pueden derivar mayores sueldos y márgenes empresariales, y los trabajadores pueden optar por reducir su jornada laboral sin que sus ingresos mensuales se vean mermados. Como expongo en un informe reciente, y a modo de resumen, un sueco gana 25 euros a la hora, un español 16. ¿El motivo principal? Que la productividad por hora trabajada de un sueco es de 57 euros y la de un español, de 36. No es de extrañar que los españoles trabajen más de 200 horas extra al año que los suecos, ni que el desempleo de España se sitúe en el 14% frente al 6% de Suecia, y también se explican los mejores niveles de felicidad percibida reportada por los suecos frente a los españoles.

La pregunta que surge, por lo tanto, es qué explica la productividad. Aunque es una pregunta con respuestas muy complejas, podemos sintetizarlas diciendo que una vez un país está relativamente optimizado (nivel de inversión adecuado, población con formación avanzada, incorporación de la mujer al mundo laboral, un sector servicios desarrollado…), las diferencias en productividad se explican por un arcano concepto “la productividad total de los factores” (PTF) que viene a indicar crecimientos de la economía (y por lo tanto de la renta per cápita) no asociados a mayores niveles de inversión y tampoco de trabajo, que es el otro factor arriba expuesto.

La investigación muestra que el principal factor que afecta a la PTF es la innovación, y a su vez el mayor motivo que explica la innovación es el emprendimiento. Si un país es capaz de generar ecosistemas de innovación y emprendimiento, acabará generando mayor PTF, lo que desembocará enmejores niveles de renta. Así, por ejemplo, la población norteamericana que vive en el ecosistema de Silicon Valley disfruta de una renta per cápita de unos 100.000 dólares (vs. 60.000 de media en EEUU y 30.000 en España).

Para conseguir desarrollar ecosistemas de innovación y emprendimiento, es crucial el diálogo entre la universidad y la empresa, diálogo que se traduce en forma de patentes (la gran asignatura pendiente de España), la colaboración entre investigadores civiles y militares, y la financiación abundante para ‘startups’ innovadoras, tanto en su fase gestacional como en su fase de crecimiento.

Desarrollar estos ecosistemas es clave para el futuro de un país, que afronta si no temibles consecuencias asociadas a la robotización del trabajo. Hacerlo no es ni de derechas ni de izquierdas. Lo han efectuado un país ultraliberal como EEUU, una dictadura comunista como China o países intermedios como Suecia o Israel. Como decía un alcalde de Nueva York: “No hay una manera demócrata ni una republicana de sacar la basura de la calle”.

Las recetas para lograr mejoras de la productividad son evidentes, ahora bien, ¿queremos aplicarlas? Como decía Goethe, “conocer no es suficiente, hay que aplicar el conocimiento; querer no es suficiente, hay que actuar”.

Tenemos que actuar.